UN ACTO DE GENEROSIDAD DEL DR. RENDIC
Con especial interés, hojeo El Mercurio los días lunes, para reencontrarme con el Dr. Rendic, quien me atendió en varios momentos de mi vida. A través de estas publicaciones, he ido aprendiendo a conocer y admirar cada vez más a este médico, que fue el gran regalo que Dios dio a los antofagastinos. ¡Cuántos milagros indiscutibles nos han presentado; cuántos actos de generosidad; cuánta sabiduría! Y también nos han enseñado a descubrir al poeta de palabras simples y pensamiento profundo; al académico; al deportista; al ciudadano ejemplar; al esposo amante y al fiel seguidor de Cristo. Cada texto enriquece y completa la imagen del Dr. Rendic y justifica el esfuerzo que hoy se realiza, para que un día sea reconocido oficialmente como santo por la Iglesia Católica.
Gracias a esta posibilidad de dar a conocer aspectos de la vida del Dr., voy a contar una anécdota de mi buen amigo Fajardo, deportista como yo. En una ocasión, su esposa se enfermó de cuidado, negándose a que la llevaran al hospital, porque no quería dejar a sus dos hijitos solos. Su marido comenzó a desesperarse con la situación, pero un amigo le sugirió que fuera donde el Dr. Rendic y le contara su caso. Debo destacar que en ese tiempo, el doctor estaba un poco mayor y ya no hacía visitas a domicilio. Fajardo se animó y fue a conversar con el doctor. Le contó lo mal que estaba su esposa y sus negativas para ir al Hospital. Humildemente y con lágrimas en los ojos, le pidió que aceptara ir a verla para que la sanara. Él era su única salvación. El doctor lo escuchó atentamente, tomó sus manos y le dijo: "Yo te ayudaré". Fajardo lo miró expectante. Una luz de esperanza iluminó su angustia. El doctor le dijo que como él no tenía vehículo, viniera a cierta hora a buscarlo en taxi. Una vez que llegaron a la casa, le pidió al taxista que lo esperara. Revisó cuidadosamente a la esposa y conversó en forma muy amena con ella, no sólo de sus dolencias, sino de distintos aspectos de su vida. Cada minuto que pasaba animaba el rostro de la enferma; su recuperación había comenzado. El doctor le hizo una receta y le dio varias indicaciones para lograr la mejoría completa. Fajardo estaba feliz de ver lo acontecido, pero, a la vez, angustiado, ya que el taxi estaba esperando y él tendría que pagar la cuenta. Por su parte, el doctor no mostraba ningún apuro y es más. Como los dos niños estaban en el dormitorio, el doctor dijo: "Voy a aprovechar también de revisar a estos Juanitos". Y así lo hizo, con toda calma, encontrando por supuesto, algunas pequeñas fallitas imperceptibles, que se solucionarían fácilmente, siguiendo los consejos que él daba. La despedida fue muy emotiva, tanto por parte de él como de la familia: tuvieron la sensación que un excelente amigo los dejaba. Con angustia, se atrevió a preguntarle cuánto le debía por la visita, que duró casi una hora, a lo que agregaba ya mentalmente el costo del taxi. -"Compadre, deme quinientos pesos para pagar el taxi y cuide bien a su esposa." Fajardo se quedó pasmado, pues con ese dinero no se pagaba ni un cuarto de hora de taxi. Le insistió que él pagaría el taxi y que le dijera el valor de la visita, pero no aceptó. Le recibió sólo los quinientos pesos, se hizo cargo del taxi y su consulta fue un regalo, que no terminan de agradecer hasta el día de hoy.
Me pareció interesante dar a conocer este acto de generosidad del Dr. Rendic, porque revela la grandeza de un alma escogida por Dios, para mostrarnos un ejemplo de vida, digno de imitar.
un santo para antofagasta