La migración invisible y feroz de Emiliano Monge
Autor de premiadas novelas, como "Las tierras arrasadas", el mexicano ya suma elogios con su más reciente libro, "La superficie más honda", que llega a Chile en agosto. Para acompañar la espera, el escritor conversa sobre la migración en la frontera sur de México y la violencia en el continente, un tema presente en todas sus obras.
emiliano monge cuenta que pasó gran parte de su infancia, por diversas enfermedades, internado en hospitales de ciudad de méxico.
Emiliano Monge cuenta que creció e Ciudad de México, "primero en el barrio de Coyoacán y después en una colonia a las afueras de la misma, llamada San Nicolás Totolapan". Recuerda que su infancia fue diferente a la del resto pues tuvo muchos problemas de salud, "problemas que me hicieron pasar, hasta los siete años, la mitad de mi vida internado en hospitales". Admite que esa marca siempre lo ha acompañado y que hizo que muchas cosas que el resto conocía mediante la experiencia, él las conociera "a través de los libros o de la boca de otros".
Las obras de Monge circulan entre distinciones intercontinentales y un imaginario sobre la violencia y el dolor que respiran los americanos. Con su novela "Las tierras arrasadas" (Random House), el escritor ganó el año pasado el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, que entrega el gobierno mexicano. Con su anterior libro, "El cielo árido" (Mondadori), obtuvo en 2013 el español Premio Jaén y su más reciente libro, del que ya circulan elogios y que llega a Chile en agosto, es un volumen provisto de once cuentos titulado "La superficie más honda" (Random House).
-¿Por qué estudiaste Ciencias Políticas?
-Por error. Si pudiera volver a esa época, me daría de golpes hasta hacerme entender que no fuera pendejo, que podía estudiar cualquier otra cosa. Lo bueno fue que en esa carrera encontré la posibilidad de enrocarme en la filosofía política y de dejarles a los demás la administración pública y las estadísticas. Además, en mi facultad también se impartían las carreras de Periodismo y Sociología, lo que me permitió llevar la mayoría de las materias optativas en esas otras cargas curriculares. Así que al final de cuentas, de algún modo, estudié filosofía política con pretensiones de periodismo y estudios sociales. Y, claro, de ahí al abandono absoluto de todo lo estudiado y dedicarme a la escritura, ya solo había un paso. Un paso que por suerte di realmente muy pronto.
Diáspora al infierno
Con su novela "Las tierras arrasadas", Monge nos abre ojos y oídos a la feroz realidad de quienes cruzan la frontera sur de México. Arriesgando la vida en manos de traficantes para quienes son una mera mercancía, a menudo son esclavizados, muertos o tomados como rehenes en sus intentos por allegarse a una mejor realidad.
Sobre esa línea de casi mil kilómetros que separa a Centroamérica de su país y que no suscita tanto interés como la frontera con Estados Unidos, sobre esas tierras arrasadas, sitúa además una historia de amor entre los dos cabecillas de los secuestradores: Estela y Epitafio, dos víctimas también de un universo desolado y violento que, aun así, buscan ser felices.
El relato, además de arriesgado en la forma y con una impecable construcción de múltiples voces y tiempos, no cede a la facilidad de perfilar una historia de buenos y malos, sino que se adentra en la cabeza de los secuestradores y sus circunstancias. Dividida en siete capítulos, o momentos de un mismo día, usa trozos de la "La divina comedia" y testimonios reales de migrantes que Monge recogió en diversas organizaciones preocupadas por el tema.
-¿Cuándo y cómo empezaste a delinear "Las tierras arrasadas"?
-El tema de la migración me ha interesado siempre, por lo menos desde que estaba en la universidad. Pero de ahí a convertir ese interés en el tema de una novela, aún faltaba un montón de tiempo. Un montón de tiempo y un montón también de trabajo. Primero escribí un libro de cuentos y una primera novela que no tenían nada que ver con asuntos sociales, dos libros psicológicos e íntimos que me sirvieron para convertirme (o convencerme de que me había convertido) en escritor. Luego escribí "El cielo árido", que fue la primera novela en la que me atreví a escribir sobre la violencia. Y fue, precisamente, cuando estaba terminando esta novela que decidí sumergirme en la migración y hacerlo, por primera vez, desde la ficción y no desde las ciencias sociales. Originalmente iba a ser una obra de teatro, pero muy pronto se volvió una novela. Y entre el abandono de la obra y el comienzo de la novela, todo cambió radicalmente, pues levanté cientos de testimonios y revisé muchísimos más, levantados en su mayoría por organizaciones sociales. Eso me transformó y transformó también mi trabajo.
-¿Por qué terminaste por incluir algunos trozos de "La divina comedia"?
-Porque, en algún punto de mi trabajo, tratando de pensar en el viaje que hace el migrante, que al abandonar su origen abandona todo aquello que lo identifica e individualiza, no pude sino pensar en el viaje del Dante, sobre todo en su descenso a los infiernos y su extravío en el purgatorio. Me hubiera gustado que también cupiera el paraíso, pero no es así: nada en el trayecto de, migrante centroamericano, tratando de atravesar México, es comparable a lo que Virgilio le muestra a Dante en el paraíso.
-¿Cuándo y cómo empezaste a recolectar los testimonios reales que pusiste?
-La recolección de testimonios la empecé a mediados de 2012, en distintos lugares de Chiapas y de Tabasco, principalmente. Aunque también recolecté testimonios en otros dos momentos y en otros puntos del país.
-¿Por qué quisiste incluir estos testimonios?
-Como te he contado, el libro, primero, iba a ser obra de teatro. Una obra que, pretendía, debía imitar a la tragedia clásica, con todo y sus coros. Mi idea era que estos coros fueran la voz (la única en toda la obra) de los inmigrantes, que al empezar su viaje pierden la unicidad y se vuelven, acaso, parte de una masa. Los coros serían la voz de esta masa. Después, cerca ya del final de la novela, que entre otras cosas había heredado de la obra estos coros, decidí que los mismos no fueran ficción sino fragmentos reales. Quería generar en el lector la sensación que yo había tenido y que tenía cada vez que volvía a acercarme a los testimonios: que el verdadero horror no era la linealidad de la tragedia de un hombre, sino la circularidad de la tragedia de un colectivo, es decir, que lo peor estaba en la repetición de un destino más que en lo terrible de ese mismo destino.
-¿Por qué se ha vuelto invisible la migración en la frontera sur de México?
-Porque la sociedad mexicana es una sociedad hipermétrope, incapaz de ver lo que tiene enfrente, capaz tan solo de ver lo que sucede a miles de kilómetros de sí misma. Por eso somos capaces de ver al migrante mexicano cuando está en Chicago, pero no somos capaces de verlo ni reconocerlo ni defenderlo ni identificarnos con él cuando está a nuestro lado. Por eso, porque somos una sociedad fallida y porque los gobiernos de México, Estados Unidos y de casi todos los países centroamericanos, quieren que el asunto permanezca en la sombra.
LA EMPATíA
Sobre su reciente volumen de cuentos dice que si en "El cielo árido" la violencia es el personaje central, y "En las tierras arrasadas" es el devenir y destino de sus personajes, en "La superficie más honda" la violencia es el escenario en el que ocurren las historias y por el que transitan los personajes. "La violencia no es evidente ni visible en ninguno de los once cuentos, pero está envolviéndolo todo, como la niebla o el humo. El tema que articula estos cuentos es esa posibilidad de que todo termine de pronto, sin que sea claro qué o porqué o cómo o cuándo", explica y apunta que es una violencia más de lo cotidiano, de algo que está a punto de deshacerse, "violencias anteriores, más profundas y mucho más dolorosas: la desigualdad, la miseria, el desamor, el abandono".
-¿Cuándo crees que empezó la violencia en nuestro continente?
-La violencia ha estado siempre aquí, como ha estado también siempre en cualquier otro lugar del planeta. El asunto es cómo la vamos gobernando y cómo la vamos delimitando. Es decir, cómo le vamos anteponiendo más o menos empatía. Y en nuestro continente hay todavía mucho por hacer en este asunto.
-¿Dónde podría haber esperanza?
-De nuevo: en la empatía. No en reconocer al otro, como reza la patética teoría liberal, sino en convertirnos en el otro, aunque sea por un momento. Y esta posibilidad es la que nos da el acto estético.
"Las tierras arrasadas"
Emiliano Monge
Editorial Random House 348 páginas
$15.000
Dos puñados de la mejor tierra
También sucede por el día, pero esta vez es por la noche. En mitad del descampado que la gente de los pueblos más cercanos llama Ojo de Hierba, un claro rodeado de árboles macizos, lianas primigenias y raíces que emergen de la tierra como arterias, se oye un silbido inesperado, cruje el encenderse de un motor de gasolina y desmenuzan la penumbra cuatro enormes reflectores.
Asustados, los que vienen de muy lejos se detienen, se encogen e intentan observarse unos a otros: los potentes reflectores, sin embargo, ciegan sus pupilas. Acercándose, entonces, las mujeres a los niños y los niños a los hombres, quienes llevan varios días andando dan comienzo al cantar de sus temores.
Chifló alguien y unas luces se
prendieron... no podíamos ver delante...
nos pegamos unos a otros...
puros cuerpos asustados.
Las palabras de los seres cuyos cuerpos desean ser un solo cuerpo atraviesan el espacio y el hombre que silbara vuelve a hacerlo y luego avanza un par de pasos Ante su cuerpo, el zumbido de la selva, como sucediera hace un instante con las sombras se deshace y durante un par de segundos solo se oyen los murmullos de los hombres y las mujeres que cruzaron las fronteras.
Unos decían ya nos chingaron...
Ya valimos pura verga... otros nomás
querer decir sin decir nada... como
rezando o masticando las palabras.
Escuchando estos murmullos, sin prestarles atención, el hombre que aquí manda se quita la gorra, se limpia la frente con la mano y gira el cuerpo descubriendo su semblante. A primera instancia, sin embargo, no se logra percibir nada especial en este hombre que alza ahora los dos brazos y silbando nuevamente pone en movimiento a los muchachos que sostienen los potentes reflectores.
Tras avanzar algunos metros, los cuatro hombres que empujan los potentes reflectores oyen que otra vez silba su jefe y detienen su avanzar sobre la hierba. Bostezando complacido, el que aquí manda vuelve la cabeza, lleva su mirada hacia una vieja camioneta y le sonríe a la mujer que allí dormita.
(Páginas 13-14)
Con el cigarro entre los labios, El Topo intenta raspar la cabecita del cerillo pero al hacerlo se da cuenta de que está aún más nervioso de lo que él mismo esperaba, y cerrando los ojos intenta no pensar en El Tampón ni en esos viejos que se siguen acercando. Entonces, sobrevolando las profundidades de su mente, El Topo se repite: mejor piensa en otra cosa, y es así que evoca a Estela: esa mujer que recorriendo los caminos de la sierra, para no pensar en Epitafio ni en el padre ni en su vida, se mete dos rayas de coca y piensa en los chicos de la selva.
Estos dos chicos que hace apenas un momento, en la plaza principal del pueblo que para ellos es Toneé y que al otro lado del gran muro es Olueé, han terminado de tender sobre las losas de la plaza las dos mantas sobre las cuales ponen ahora los enseres y las cosas que perdieron, en el claro Ojo de Hierba, los sin nombre que ellos traicionaron.
Agotado, el mayor de los dos chicos se ha tumbado en un arriate, mientras el menor, acicateado por su anhelo de cruzar por fin el otro lado de la barda que divide en dos las tierras arrasadas, ofrece a gritos los objetos, las pertenecías y los bienes que extraviaron, en el claro El Tiradero, los sinalma que cruzaron hace días las fronteras a estos otros seres que recién las han cruzado hace unas horas.
Con los ojos cerrados y las manos convertidas en almohada, el mayor de los dos chicos ruega al cielo que no apure el menor tanto la venta pues no sabe cómo va luego a explicarle que no quiere tampoco hoy llevarlo al otro lado: pero mejor no pienso en esto, se dice el mayor cambiando la imagen que hay en su cabeza, y evocando el rostro de Epitafio resuelve que ha sido un acierto empezar a trabajar con ese hombre que ahora mismo está saliendo de su casa porque quiere ir al baño y éste está al otro lado del terreno.
Este terreno que Epitafio cruza pensando en Estela: esa mujer que acaba de parar hace un momento allá en la sierra para hablarle y contarle la traición del padre Nicho. La misma mujer en la que todavía está pensando El Topo cuando de golpe abre los ojos y otra vez observa a El Tampón ante la reja, aguardando a los viejos que fundaron Tres Hermanos.
Sin alejarse uno del otro, los dos viejos que quedan aún en Tres Hermanos, este taller de carretera que devino gran deshuesadero y que la gente empezó hace tiempo a referir como El Infierno, finalmente se acercan a la reja que deslinda su universo y que protege su existencia, sin entender qué hacen ahora ante su puerta esos muchachos que de tanto en tanto vienen.
(Páginas 175-176)
Por Amelia Carvallo
"Al final de cuentas, estudié filosofía política con pretensiones de periodismo
y estudios sociales".
Oswaldo Ruiz
"Al pensar en el viaje que hace el migrante, que al abandonar su origen abandona todo aquello que lo identifica, no pude sino pensar en el viaje del Dante".
"Somos
capaces de ver al migrante mexicano cuando está en Chicago, pero
no somos capaces de verlo cuando está a nuestro lado".
Extractos del libro "Las tierras arrasadas", del escritor mexicano Emiliano Monge.