La ingenuidad parece haber sido el estado de ánimo de los parlamentarios que aprobaron la cuestionada Ley de Estacionamientos. Como ha sido conocido, las quejas con el cuerpo legal se vinculan al aumento en los precios que estos recintos aplicaron y que en algunos casos incluso superaron el 100%.
A casi un mes de la puesta en marcha, el presente raya en la molestia y la incredulidad. Por lo pronto, el Servicio Nacional del Consumidor, junto al Ministerio de Economía, anunciaron la presentación de 64 denuncias contra las proveedoras que no respondieron los oficios enviados por el ente fiscalizador. Además, debido a los incumplimientos de la nueva normativa que rige este tipo de servicio, se enviarán los antecedentes correspondientes a la Fiscalía Nacional Económica para que investigue el caso.
El gobierno ha dicho que la ley establecía que los estacionamientos concesionados no tenían que ajustar su modo de cobro, con motivo de la implementación de la ley.
Sin embargo, esto parece tan ingenuo, como absurdo. Las reglas efectivamente cambiaron para los operadores que vieron aumentados sus costos potenciales, riesgo que cualquier negocio traduce en reajuste de precios. Esto es básico en una economía de mercado como la nuestra; es decir, si el negocio es más complejo, el privado no reducirá sus utilidades, sino que tomará las providencias para cautelar que la posibilidad de riesgos esté bien cubierta. Esto nos sirve de ejemplo para explicitar la ingenuidad con que muchas veces las autoridades asumen el imperio de la ley. No se trata de ligar con esto con el viejo adagio: "hecha la ley, hecha la trampa", sino entender que la realidad siempre estará por sobre la aspiración del legislador.
Es probable que, como lo dijo el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, algunos empresarios "se subieran por el chorro", pero igual de impresentable es que el marco legal haya empeorado las cosas.
¿Síntoma del nivel de la clase política actual?
Más de alguno pensará aquello, pero por sobre todo, sorprende la falta de oficio y la mínima capacidad de advertir escenarios que eran previsibles en medio de la discusión.