El poder de la palabra
El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, como obra de lenguaje, desde 1943 se impone a las conciencias con preguntas inesperadas: ¿un cuento?, ¿una fábula?, ¿una obra dramática?, ¿una variante del comic? (no olvidemos que el libro se complementa con 48 ilustraciones del autor), y a falta de algo mejor, ¿podría hablarse de una novela que está en ciernes?
En esta obra, frente a la imprescindible necesidad de comunicarse del uno con el otro, se especifica que "la palabra es fuente de malentendidos." En consecuencia, no se hable del tema precedente y cada uno forme su juicio, porque llegada la ocasión, según lo dicho por el autor de "Piloto de guerra", únicamente "el lenguaje es lo que anuda las cosas."
El fondo de esos dos párrafos corresponde a la poderosa relación de "palabras y cosas" -"En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios." "Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz."- y es manifiesto que en las obras de este autor, esta relación es el complemento natural de cada uno de los temas tratados en ellas.
Si el imponente poder de la palabra hace posible todo lo contenido en "El Principito", es ese poder el que sustenta la verdad de esta otra idea de su autor: "Se muere por una catedral, no por piedras. Se muere por un pueblo, no por una multitud. Se muere por amor al Hombre, si éste es la clave de bóveda de una Comunidad. Se muere sólo por lo que se puede vivir."
Después de esto, la nada. (Para hombres de fe: "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva. (…) Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas." Ap. 21. 1-5). Pero, atención a esta apremiante petición de Saint-Exupéry: a futuro, si alguien, en el mismo desértico escenario, alguna vez encontrara al Principito, "Escribidme en seguida, decidme que el Principito ha vuelto." De este modo, la palabra ha de seguir testimoniando su fascinante poder.
N. de R. El Principito fue publicada en abril de 1943, por la editorial estadounidense Reynal & Hitchcock.
Osvaldo Maya Cortés