Más diálogo y menos absolutos
Chile parece perder esa característica que nos distinguió en los 90, cual fue la voluntad de encontrar puntos de encuentro, es decir, de hacer política. No nos creamos dueños de la verdad, eso en el pasado nos costó muy caro como país, con heridas que, en muchos casos, aún no han cicatrizado. Es mejor debatir, cotejar, encontrar espacios.
La intolerancia siempre es una peligrosa compañera, en especial a la hora de hablar de política en nuestra sociedad. Tal posición adormece el libre razonamiento en un estado democrático, con personas que deben interactuar por un bien superior.
Esta falta de diálogo y conversación parece más evidente en los últimos años, desde uno y otro lado, con algunos líderes que parecen creerse dueños de la verdad y que descalifican a sus interlocutores por el solo hecho de pensar diferente.
Y esto también lo vemos en distintos temas de nuestro diario vivir, en que cualquier posición que parezca contraria a un sector determinado es incluso motivo de ridiculización y de sufrir un bombardeo a través de las redes sociales. Esto lo único que hace es desinformar y coartar la libre expresión.
Hemos perdido esa capacidad de escuchar con respeto a quien piensa diferente y el sano ejercicio de debatir. En la mayoría de los casos, el que piensa diferente ante el grupo cae en una especie de censura, independiente si tiene o no la razón. Ese es otro tema.
Si bien las redes sociales han sido un canal efectivo de democratización de las más variadas expresiones y pensamientos, también son un vehículo fecundo para denostar a quienes piensan diferente o rompen el statu quo imperante. Este último punto debería ser motivo de reflexión y análisis al interior de las familias, en los colegios, trabajos y organizaciones.
Así, algunas veces estas opiniones divergentes no se rebaten con la dialéctica, sino a través de la descalificación y los ataques personales por el solo hecho de pensar diferente. La autocensura, muchas veces, parece ser lo mejor para no ser blanco de lo anterior.
Sin embargo, ahí está el gen de la falta de opinión, que no permite escuchar, debatir, compartir y también aprender de los demás, algo que debe ser una señal de alerta. Tenemos el sublime derecho a pensar diferente en Chile, algo que en otros países puede costar hasta la vida.
No nos creamos dueños de la verdad, eso en el pasado nos costó muy caro como país, con heridas que, en muchos casos, aún no han cicatrizado.