Esperanzas e ilusiones
Corazón mío, cierra herméticamente todas tus puertas para que no escapen tus ilusiones. Arrúllalas y cuídalas con cariño paternal, porque cuando éstas huyen no vuelven nunca, nunca más.
Las ilusiones como las mariposas buscan la luz y el aire libre: les gusta volar.
Apenas dejan de ser crisálidas, las mariposas agitan las alas y, volando de flor en flor , se embriagan de cielo y de aromas. Luego, se sumen en un sueño sin fin.
Las ilusiones nacen, crecen, se van. A poco, queda de ellas un montó n de alas rotas, que se arrastra por el suelo empujado por el viento.
Cada ilusión que muere nos deja un hueco en el corazón. Y sentimos su ausencia como algo de nosotros que se fue.
Las mariposas viven la brevedad de un día, las ilusiones, lo que dura el suspiro.
Cuando las veo volando me parecen pañuelos que se agitan en el viento en actitud de despedida. Y mi ser se estremece.
Las ilusiones son mariposas que giran en torno del corazón. Viven lo que el suspiro y, a veces, mueren antes de nacer.
Las que endulzaron mi juventud y me llenaron de esperanza, ahora son sólo un montón de alas marchitas: el frío de los años las agostó una por una. Mas a cada nueva edad, nuevas ilusiones. Y las próximas -hoy que mis sienes blanquean- serán más apacibles y su vuelo más reposado. Pero mientras aliente y hasta el último latido seguirán revoloteando y revoloteando hasta perderse conmigo en el mundo de las sombras y del misterio.
Los sueños, como las ilusiones, son fugaces.
A veces están impregnados de promesas y nos alientan con sus mentiras piadosas. Pero abrimos los ojos y la verdad nos ahoga toda esperanza.
A menudo soñamos despiertos y nuestro yo se pasea por mundo desconocidos llenos de probabilidades, que nos hablan de un futuro mejor y de un porvenir esplendoroso. Reímos ante tanta belleza y gozamos creyendo alcanzar cuanto vemos. A poco despertamos a la realidad y los castillos se van esfumando lentamente hasta perderse del todo.
Pero, ¡qué hermoso es soñar!
Yo acuno en el corazón mis esperanzas e ilusiones. Y les canto. Las mezo y las arrullo.
A veces, las saco al aire libre y al sol para airearlas un poco. Algunas tratan de volar como las mariposas, agitan las alas… y no pueden. Otras más audaces se remontan en el espacio, bajan en picada y vuelan, luego, en recta hasta perderse en el horizonte. Ésas no vuelan más.
Yo las miro alejarse. Y siento como si algo se desgarrara en mí, como si algo muriera en mí. Porque cada ilusión que se aleja es un pedazo que se desprende de nuestro ser.
Tímidas y temblorosas, muchas de ellas viven lo que el suspiro: mueren al nacer. Las otras prolongan un tanto más su existencia, pero, sin causa alguna, palidecen, se ponen tristes y se duermen para no despertar, dejando sólo pedazos de alas rotas esparcidas por los rincones del corazón.
A instantes he pensado juntar los restos de mis esperanzas e ilusiones, pasarlos por un rayo de luna y hacerme con ellos magníficos collares. Pero, temo que se conviertan en lágrimas.
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