Puntualidad
Esta virtud, que nos fue tan propia a los antofagastinos del siglo pasado, no es más que un añorado recuerdo. En los años cincuenta, vivíamos regidos por pitos y sirenas que ordenaban nuestras vidas: citas, reuniones y espectáculos, empezaban a la hora… Puntualmente.
Hasta que apareció la llamada "hora chilena", un verdadero vicio, radicado ahora en la idiosincrasia nacional… Un gesto de falta de respeto, una dolorosa muestra de incultura.
Entonces, nada queda de esa puntualidad que nos enorgullecíamos. Ahora vivimos dando explicaciones por la tardanza en esto o aquello. Se retrasan los vuelos, tardan los buses. Tarde comienzan los shows. Atrasadas empiezan las ceremonias (porque las autoridades son las últimas en llegar, algo común)… Y son cientos los estudiantes que llegan atrasados a clases: es cosa de ver las puertas de los colegios a eso de las 08:05… Cientos de alumnos… e igual número de padres que van "a poner la cara" para justificar la irresponsabilidad… ¿Habrá explicaciones válidas?
Recuerdo aquello de la "puntualidad inglesa", que conocí, compartí y disfruté. Que me transmitió un valor que aún -en mi tercera edad- mantengo sin esfuerzo. Los barcos de la "Pacific Steam Navigation Company" amanecían en puerto los jueves por la mañana. Todos los jueves, de todas las semanas, de todos los años. Allí se veían las chimeneas amarillas del "Cotopaxi", "Kenuta", "Santander", "Pizarro", "Salinas". Hubiera marejada, temporal, huelgas, lo que fuera. Allí estaban sin fallar, descargando, embarcando. Hasta la hora de zarpe se respetaba con sumo rigor. ¿Cómo lo hacían?, ¡Es nuestra costumbre…! -respondieron los tripulantes.
Hace días, fui invitado a un acto oficial. Y ante la excesiva tardanza, recibí una chilena explicación. "Citamos a las 11:00 para empezar a las 12:00, para dar tiempo a las autoridades". (¿Quien respeta el tiempo de los que llegaron "a la hora"?)
Me quedó claro que "la cosa viene de arriba" y nadie hace esfuerzos por remediarlo.
Jaime N. Alvarado García