El luto de Piedad Bonnett
La poeta y novelista colombiana estuvo esta semana en Chile y recordó el libro que escribió después de la muerte de su hijo Daniel y que, según cuenta, significó volver a parirlo, con el mismo dolor.
En estos días, Bonnett participó como jurado en la entrega del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda al español Joan Margarit, otorgado por el Ministerio de Cultura. En la deliberación le tocó compartir con Raúl Zurita, Rubí Carreño, Luisa Futoransky y Luis García Montero. Además, estuvo en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales, donde expuso sobre la literatura y el duelo, a partir de la experiencia que le dejó su obra "Lo que no tiene nombre" (Alfaguara, 2013), que escribió tras el suicidio de su hijo Daniel mientras estudiaba en la Universidad de Columbia en Estados Unidos.
Bonnett dice que este libro significó volver a parir a su hijo, con el mismo dolor, para que viviera un poco más y no desapareciera de su memoria. "Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme", escribió en uno de los pasajes de este relato desgarrador.
-En el libro plantea que, en estos casos, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender. ¿Había un peligro en este ejercicio que se propuso?
-Sabía de antemano que había cosas que no iba a poder saber. Aunque hiciera el ejercicio de indagar, jamás podría saber qué pasó en esa pieza, si pensó en mí antes del fin. Esas preguntas fundamentales no las podría resolver. Pero, por otro lado, entré en un estado de confusión y espanto. Recuerdo bien cuando me dan la noticia, cuando me siento a donar sus órganos, todo eso lo pude reproducir en mi memoria. Pero cuando estaba escribiendo el libro, estoy casi segura que no estaba en mi dolor absoluto y eso fue porque acepté que era la salida del sufrimiento. Y comprenderás que para una mamá no hay nada más desgarrador que un hijo deje de existir. Te puedo decir que su muerte fue menos dolorosa que saber que estaba sufriendo.
-¿Cómo fue el proceso creativo?
-Pensé que mi memoria me podría traicionar y que tenía que capturar los detalles de la experiencia. Fue raro. Llegaba a una escena, que podía ser en apariencia irrelevante, como volver a ver a Daniel subir la escalera de mi casa con los puños apretados. Llegaba a esa imagen y me abandonaba un momento al llanto y al dolor. Me permitía el llanto, porque, si no, me hubiese enfermado más de lo que me enfermé.
-¿Cuándo sintió el golpe de la ausencia?
-Daniel vivió con nosotros hasta diez meses antes de su muerte. Yo me fui con él y con sus hermanas para armarle su lugar. Él era muy consentido, porque era el más chico. Le compramos las cosas que faltaban. Cuando regresé a casa me vino un golpe brutal de dolor, porque ya se había ido. Cuando un hijo se te va a una maestría, ya se fue. Empecé rápido con el libro. Y me voy dando cuenta que esta historia era una tragedia en el sentido griego. Se hizo todo y la realidad hizo todo para impedir el triunfo. Todo iba hacia la derrota. Me di cuenta que no era un problema autobiográfico, había miles de cosas: los médicos, la idea que tenemos del éxito. Esa idea de vida con la que se casó, de ir a una universidad brutal, competitiva. Se hicieron presentes cosas que ya me cuestionaba. ¿Por qué todos tienen que hacer la misma carrera hacia el éxito?
-La pregunta que se hace el autor de un libro como el suyo es ¿cuánta verdad hay que contar?
-Es complejo entrar a la intimidad. Hay escenas brutales. Tenía que saber dónde estaba el límite.
-¿Qué pensó su familia?
-A mi marido le dije que tenía que leerlo antes o no podría decirme ninguna palabra después. Yo lo oigo llorar en la cocina por la noche. Fue durísimo. Cuando sube, me dice que él no habría contado nada de eso. Le digo que eso no me lo podía decir, porque soy escritora. Él sintió pudor.
-¿Ahí está la gracia de una obra o no? ¿El autor tiene que sentir pudor?
-Una obra siempre tiene que tener una buena dosis de impudor y otra buena dosis de pudor. Porque donde todo sea impudor, es atroz, porque estás vomitando encima al pobre lector.
-En el libro transmite que, a pesar de su confusión y desaliento, no quería perder la fe en las palabras. ¿Mantiene esa fe?
-Es una fe a la impotencia. Eso lo sabe muy bien el poeta. Siempre hay una brecha entre lo que quieres decir y lo que dices. La palabra es muy impotente y muchas veces es el gesto el que revela más. En el caso del duelo, es el abrazo, el silencio, la compañía. ¿Qué palabra hay para decir que uno lo siente mucho? Es una expresión prácticamente vacía.
-Casi banal.
-Por eso registro en el libro lo que la gente alcanzó a decir. El maestro de obra que conoció a Daniel fue más significativo que lo que me dijeron intelectuales que me saludaron. No porque no sientan, sino porque no saben transmitir. El título "Lo que no tiene nombre" en realidad es una confesión de impotencia. Le iba a poner "una confesión de fracaso", que es una frase de Jean Améry. Desistí, porque estaba juzgando el proceso de Daniel y decidí poner eso de Peter Handke ("esta historia tiene que ver realmente con lo que no tiene nombre, con segundos de espanto para los que no hay lenguaje"), porque todos los latinoamericanos lo usamos cuando ya no sabemos qué decir.
-Aquí también se usa como una expresión de indignación…
-Sí, también. En el fondo, también hay indignación: ¡Cómo ponen una bomba en el Andino! Eso no tiene nombre.
-A propósito de ese último atentado, ¿cómo es su relación hoy con Bogotá?
-Siempre es de amor y odio. Me gustan esos versos de Borges sobre Buenos Aires: no nos une el amor, sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto. Bogotá está llena de cosas lindas, como la luz del atardecer, tiene barrios muy lindos, donde puedes deambular y encontrar cosas sorprendentes. Pero es una ciudad feroz para quien la habita. Las distancias son abrumadoras, el sistema de transporte es aterrador, el tráfico es horrible, hay un nivel de desigualdad muy grande. Es una síntesis de Colombia con todo lo duro que hay en el país.
-Alguna vez le dedicó estos versos: Necesito inventarte, recorrerte/encontrarme en tus calles innombradas/mirarme en la nostalgia de un postigo/ que a la rudeza de tu luz se cierra/enredarme en tus noches pederastas/en el temblor de todas tus mañanas…
-Lo que pasa es que yo era un poquito tremendista en esa época (se ríe). Tenía veintitantos años, estaba en la universidad y es de mis primeros poemas.
"Su muerte fue menos dolorosa que saber que estaba sufriendo", recuerda Piedad Bonnett sobre su hijo que se quitó la vida.
Por Daniel Gómez Yianatos
La poeta y escritora colombiana Piedad Bonnett estuvo esta semana en Chile y rara vez se despegó de su marido. No quiso que la sorprendiera un temblor sin tenerlo cerca. La idea no fue suya. Su colega y compatriota, Yolanda Reyes, vivió el 27-F en Concepción, en la víspera de un encuentro de literatura infantil, por lo que le sugirió que estuviera siempre acompañada, para que por lo menos tuviera a quién abrazar en caso que las camas empezaran a moverse de una pared a otra.
"Recuerdo bien cuando me dan la noticia, cuando me siento a donar sus órganos, todo eso lo pude reproducir en mi memoria".
Alfonso gonzález ramirez