Desde hace no menos de unos 30 años, tanto en el sector público como en el privado, se instaló la certeza que la Región debía apuntar hacia un desarrollo menos dependiente de la minería. Esfuerzos ha habido y muchos. Distintas estrategias regionales de desarrollo, lideradas por diversos intendentes, han centrado su énfasis en implementar planes y programas tendientes a potenciar otras áreas de la economía. Por su parte, el sector privado, a través de la AIA, ha orientado sus esfuerzos en impulsar el cluster minero, con el propósito de provocar un encadenamiento productivo entre las grandes, medianas y pequeñas empresas, que fortalezca el sistema productivo local permitiendo abastecer con productos y servicios de alto nivel de excelencia, no tan sólo la demanda regional, sino también la externa. Además hubo un esfuerzo público-privado, a través de la CDP, cuyo propósito era crear más empresas, más empresarios y puestos de trabajo. No obstante, esta iniciativa de inicios de los noventa, hace poco cerró sus puertas.
Hoy la Región, que hasta hace poco exhibía la tasa más baja de desempleo a nivel nacional, dado el momento que vive la minería, muestra justamente lo contrario y se ubica como la más afectada. A la luz de los actuales indicadores, no podemos estar conformes, dado que, al primer traspié minero, la realidad nos muestra la relevante atadura económica que la región aún mantiene de este sector. Esta realidad debería hacernos reflexionar y, a su vez, revisar todo lo que se ha hecho o intentado hacer, evaluando objetivamente sus resultados y perspectivas. Dado a lo anterior pareciera imprescindible, iniciar un proceso serio, consensuado y realista, encauzado a priorizar, fundamentalmente, el fomento e instalación de unidades productivas de bienes y servicios de alta calidad, que tiendan a remplazar los importados, ya sean estos de origen interno o externo.
Somos afortunados en vivir en una Región en la que siempre están surgiendo oportunidades, las que, sumadas a otras en desarrollo, componen un escenario optimista a considerar y proyectar. Algunas de estas serían: el desarrollo integral de una agricultura altamente tecnificada, investigar y elaborar localmente nuevos productos que utilicen litio, producir piezas y componentes para las plantas de energía solar, agregar valor a las algas exportables, etc.
Sin duda que este desafío, con la figura del gobernador regional instalada, será mucho más factible de llevar a cabo, ya que se requerirá adecuar políticas de servicios públicos como BB.NN., Corfo y Sercotec los que, entre otros, podrían transformarse en efectivos motores del surgimiento de nuevas producciones locales.
El descenso de las expectativas
En economía se sabe que predecir el futuro representa un camino altamente complejo y plagado de vericuetos. Los modelos que se utilizan en estos casos se basan fundamentalmente en las "expectativas racionales" de los agentes económicos -consumidores, trabajadores, empresarios-, donde se asume que en promedio la visión que tienen estos agentes es la correcta, cuando se la proyecta en el tiempo.
Indudablemente, la estimación de las expectativas económicas puede variar mucho, dependiendo de los supuestos que se apliquen en los modelos económicos utilizados para trabajar con dichas expectativas. Pero una cosa es la teoría, y otra muy diferente la realidad. Es un hecho que cuando los agentes se forman una opinión negativa sobre el devenir de la macroeconomía en base a todas las variables disponibles, esas expectativas son muy difíciles de revertir en el corto y mediano plazo, ya que están íntimamente ligadas a factores de confianza, a temas que tienen que ver incluso con la sicología de masas.
Estamos en tiempos de elecciones -primarias unos días atrás y generales en noviembre -, por lo cual existen múltiples declaraciones de buenas intenciones y promesas. Pero éstas no producen variaciones importantes en las expectativas, las que cambian de manera sustancial sólo ante hechos económicos positivos, que sean tangibles, concretos, generados durante un período representativo de tiempo, como sucedió cinco o seis años atrás. Cuando en esos años Chile crecía al 5%, no fue necesario meter la mano al bolsillo de la clase media a través de reformas mal construidas que ahora intentan -supuestamente-, mejorar el entorno social y la condición económica de las grandes mayorías, no logrando hacer ni lo uno ni lo otro.
Es obvio que la economía chilena sufre una fuerte desaceleración, la cual se ha intensificado durante los últimos dos años y ahora, con suerte, el país terminará el presente ejercicio con un crecimiento del PIB de 1,5%. Esta situación tiene mucho que ver con las negativas señales provenientes desde el gobierno durante todo su período, con promesas de grandes cambios que han creado falsas expectativas. Además, se puso el foco en la "inclusión" y la "igualdad", dejando de lado el crecimiento y el desarrollo de la economía, sin los cuales no se puede generar progreso para las personas. Con escaso crecimiento, terminamos repartiendo sólo migajas y agregando más volatilidad a unas expectativas ya deterioradas.
Las declaraciones de altos personeros oficialistas tampoco ayudan a despejar las dudas de los agentes, de los consumidores. Basta que exista una polémica con algún sector de la economía, o con unas pocas empresas, para que surjan voces de esos personeros criticando de manera generalizada -y concertada-, a los empresarios como un todo. Pero luego, se intenta suavizar esta situación hablando de profundizar la cooperación público-privada a través de una agenda de productividad y crecimiento, tratando así de reparar el daño causado por quienes siembran dudas sobre las ventajas inherentes al sector privado.
En estos momentos es de suma importancia tener presente que en el complejo mundo de la economía, las confianzas se ganan con hechos concretos; la inversión, el crecimiento y el progreso no regresan sólo porque algunos ministros piden que así suceda.
Carlos Tarragó
Presidente Corporación Proa Antofagasta
José Miguel Serrano
Economista Universidad de Columbia