Arlette Ibarra Valenzuela
Una pena. Muchos antofagastinos se perdieron la oportunidad de conocer a Gabriela Mistral, casi en cuerpo y alma. Terminó la temporada y la Compañía de Teatro Patrimonial bajó el telón para una obra de relevantes perfiles, cuya puesta en escena demandó un fatigoso trabajo de investigación. Un hurgar aquí y allá, para hallar -entre líneas- a la laureada escritora elquina, vista desde un ángulo desconocido.
Un enorme esfuerzo de actores regionales que los cálidos aplausos finales no logran compensar. El bis es -a todas luces- casi obligatorio. La ciudad y la región no pueden desaprovechar este trabajo, bien llevado a cabo por una pléyade de actores jóvenes, que conforman un elenco de enormes proyecciones. Pero por sobre todo, para volver a mirar a Gabriela en facetas casi ignoradas de su vida.
Arlette Ibarra encarna a Gabriela de modo magistral. El parlamento donde clama por el desarrollo de la mujer -con reparto de volantes incluido- sorprende por su real vigencia. Un clamor social que aún tiene validez en Chile, cuando habla del lucro en la educación. Su cálido "carteo" con Neruda, en que describe el episodio de la "Underwood" prestada al vate chillanejo, es grato, y decidor. Desgarradora resulta la escena en que Gabriela llora a su sobrino amado -Yinyin- actuación tan potente que obliga al publico a sacar los pañuelos, para enjugar y compartir el dolor de la Mistral. Aquí, la obra alcanza su momento más álgido y conmovedor. Aquí es donde Arlette Ibarra muestra toda su valía en las tablas. Cerca del epílogo, nos parece franca y aclaratoria la presencia de Doris Dana en el ocaso de la insigne poeta. El final se presiente cuando Gabriela -ahora luciendo canas- alterna, convive y sufre todo tipo de avatares y sentimientos junto a la dama yankee con la que compartió sus últimos días.
Vayan las palmas para Arlette y su elenco. Y vaya un llamado a algún mecenas -digo empresa regional- para apoyar este trabajo que bien merece volver. La ciudad y la región lo agradecerán.
Jaime Alvarado García