Transformers: El último caballero
¿Hasta cuándo? Ésa es la pregunta que cabe después de ver la quinta entrega de la saga de Michael Bay que protagoniza Mark Wahlberg que ha llegado con el título de 'Transformers: el último caballero'.
La razón: se trata de una demostración demoledora -nunca mejor la analogía- de cómo una idea mínima, que tuvo éxito hace diez años, se ha estirado hasta agotarla y entregar en este nuevo capítulo una mezcla de lo exagerado que puede ser el cine de chatarra, ése que solo pretende impresionar con golpes, sacudidas, explosiones y un nivel de actuaciones que dan lástima, sacrificando a actores que, con otros realizadores, son capaces de entregar trabajos convincentes, como es el caso del protagonista.
Porque este filme es agotador, absurdo y curiosamente, en cierto instante, muy entretenido solo por la acumulación de clichés y de frases hilarantes, de ésas que suelen acompañar los diálogos de películas que asumen que Estados Unidos es el salvador del mundo (léase como ejemplo 'El día de la independencia').
Este producto es una suerte de torre de Babel, porque hay exceso de gritos y de diálogos pero que nadie entiende y en donde caben todos los adjetivos.
Ya es toda una proeza tratar de escribir y desarrollar un comentario que resulte coherente, considerando esta montaña rusa de destrucción y de choque de figuras metálicas y monstruosas. 'Transformers: el último caballero' puede resumirse en su trama como el encuentro de dos especies -la humana y la de metal- que se encuentran en guerra, en un planeta que producto de estas batallas se ha transformado completamente. Así, el mundo ahora es un lugar desolado, cuya postal más característica es la de edificios destruidos, autos acumulados en las carreteras, en donde los seres humanos luchan, tratando de sobrevivir al ataque de los robots alienígenos.
De este modo, el gran eslogan del filme es el habitual para el cine comercial: "salvar a nuestro mundo está en nuestros manos". Y por este motivo Cade Yeager (Mark Wahlberg) se une a Bumblebee, un lord Inglés (el inefable Anthony Hopkins) y a una profesora de la Universidad de Oxford (Laura Haddock).
De este modo, el desarrollo resulta inevitable y obvio: cuando se unen estos héroes anónimos, los perseguidos se convierten en héroes y las máquinas tendrán que enfrentarse a un grupo mínimo que hará lo imposible para que el mundo logre sobresalir. ¿Le suena conocido?
Lo que más llama la atención es la manera en que esta película echa por tierra el planteamiento inicial de la serie, se lanza en una vertiente exagerada y burdamente comercial y trata de hacer pasar este descalabro como interesante, sobre todo si se considera que su guión -¿cuál?- fue producto de un trabajo conjunto de tres personas, Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan.
En síntesis, si el espectador busca explosiones, choques y ruido constante del choque de metales de los alienígenos, aquí tiene un filme ideal cuya trama toma elementos de las películas de corte medieval, en especial una relectura de la leyenda del Rey Arturo y la Mesa Redonda y agrega un romance, tiene acción sin parar, una invasión alienígena, un drama infantil, e incluso la presencia vía cameo (aparición fugaz) del actor Shia LaBeouf.
Sin lugar a dudas, este filme es una experiencia extraña y barroca, que alguna vez será ejemplo de los límites a los que llegó la industria hollywoodense que entiende el cine como una marea de imágenes donde los espectadores tienen que dejar fuera de la sala de cine sus neuronas y soportar todo esto como una locura donde la única posibilidad que queda es reírse y soñar en que algún día los distribuidores nacionales se darán cuenta que el cine, el verdadero cine, se encuentra bien lejos de Hollywood.
Victor Bórquez
Escritor, docente y
comentarista de cine