La mujer que rastrea las pisadas del esquivo Juan Rulfo
En el año del centenario del autor mexicano, su compatriota Cristina Rivera Garza publica la novela "Había mucha neblina o humo o no sé qué", un libro que zigzaguea entre el ensayo, la ficción y algunos sucesos capitales en la vida de un escritor de potencia insoslayable.
la mexicana cristina rivera garza vive desde hace 30 años en estados unidos y sigue a juan rulfo en todas sus facetas, desde la de escritor hasta la de aventurero.
Concisa y audaz, la obra literaria de Juan Rulfo casi se reduce a "Pedro Páramo" (1955), una novela que destrozó el viejo molde del realismo, y "El llano en llamas" (1953), un conjunto magistral de cuentos que destila desolación. En ambos formatos, el huidizo autor sigue siendo un enigma a develar en la literatura del siglo XX, una figura insondable cuyos relatos parcos, violentos y poéticos, continúan deambulando con aterradora vigencia por el continente.
Asistida por un amor confesado sin ambages, Cristina Rivera Garza escarbó por años archivos y recorrió los mismos senderos que transitó el autor, para trazarlo en "Había mucha neblina o humo o no sé qué" (Random House), una novela que traza la obra y la vida de Rulfo mediante el cotejo entre su escritura y su singular vida laboral. Porque el creador de Comala y sus fantasmagóricos habitantes también fue un vendedor de neumáticos cuando México asfaltaba sus primeras vías, esas carreteras que modificaron para siempre el paisaje original de montañas, valles y llanos en nombre de una modernidad al parecer inevitable.
La autora sigue también al Rulfo fotógrafo y montañista que registró el fin de la antigua vida campesina, el mismo sujeto que además trabajó como asesor e investigador de la Comisión del Papaloapan, un organismo gubernamental que intervino en la zona sur de México a mediados del siglo XX.
Familia nómada
Cristina Rivera Garza nació en el norte de México, justo en la frontera con Estados Unidos, en una ciudad que del lado mexicano se llama Matamoros y Brownsville del lado estadounidense. Es parte del estado de Tamaulipas, una región agrícola muy golpeada por la guerra contra el narcotráfico, cuenta la autora. Allí vivió sólo un par de años, pues su familia fue muy nómada y tiene un largo pasado de migración y desplazamiento.
En algún momento se asentaron en el sur del país e ingresó a la UNAM a estudiar Sociología. Ahora ella recuerda que lo hizo movida por una frase que aparecía en el brochure que explicaba los objetivos del programa de estudios: "La Sociología se dedica a cambiar el mundo". Por cierto, ya en esa época sabía y tenía la convicción de que escribiría libros y pensó que la Sociología le daría "todo el conocimiento posible del mundo que me rodeaba".
-Hace casi 30 años que vive en Estados Unidos. ¿Cómo es su vida allá, conserva lazos con México?
-Soy una de los 50 millones de hablantes de español que hay en Estados Unidos; y soy parte también de ese creciente porcentaje de bilingües entre el español e inglés que conforman una fuerza relevante de la diversidad social y lingüística de este país. Llegué como estudiante de posgrado y me fui quedando como profesora, primero de Historia y más tarde de Escritura Creativa en varias universidades, tanto en inglés como ahora en español. He escrito casi todo mi trabajo académico en inglés y casi todo mi trabajo creativo en español, de ahí que mi conexión y mi conversación con el mundo de habla hispana sean activas y actuales. Hay tanto de Latinoamérica en Estados Unidos como al contrario y es sencillo, para alguien con pasaporte habrá que aclarar, mantenerse en contacto, cruzar fronteras y regresar.
-¿Cuándo fue su primera lectura de Rulfo?
-Le debo mi primera lectura de Rulfo a las políticas culturales del estado mexicano. Digo esto porque siempre estudié en escuelas públicas y fue ahí donde leí, estupefacta y maravillada, "Pedro Páramo" por primera vez.
-¿Por qué escogió partir su exploración sobre Rulfo a partir de su vida laboral?
-Es fácil hacer retratos estereotipados de los escritores. Es fácil centrarse en la fuerza de la así llamada "inspiración" y perder de vista que la escritora es un cuerpo concreto entre otros tantos. Es fácil olvidar que los escritores tienen que ganarse la vida. Compartí en su momento la idea de Ricardo Pigilia en referencia a que la verdadera historia de la literatura se ocultaba en los reportes de trabajo de sus escritores. Algo así, y más, indagué en este libro. Fui hacia el archivo para consultar algunos de esos reportes y también fui hacia el camino para recorrer los senderos por los que pasó Rulfo. Lo que queda ahí es un ir hacia el pasado para llegar al presente convulso que es ahora mi país.
Angelus novus
En 1920, el pintor Paul Klee dibujó un ángel con tinta, tiza y acuarela al que bautizó como Angelus Novus; un año más tarde, el filósofo Walter Benjamin lo adquirió y le inspiró una desalentadora alegoría donde aquel ángel mira con horror el pasado pero, a la vez, sopla sobre él un fuerte huracán que lo arrastra hacia el futuro.
-¿Por qué optó por la figura del Angelus Novus para explicar el accionar de Rulfo frente a la modernidad?
-Así veo a Juan Rulfo: sintiendo profundamente las contradicciones de ese presente en que el estado mexicano se decidía por un sueño de modernización que prometía crecimiento económico, y siendo arrastrado al mismo tiempo por ese viento frío y cruel del desalojo y la rapiña contra el territorio que es también la modernización del país", explica la autora.
-¿Y qué fue lo que la sedujo de la frase de Miguel Páramo que da el nombre a su libro?
-Uno nunca se acerca lo suficiente. Ya lo decía el psicoanálisis: somos esencialmente lo que no sabemos incluso de nosotros mismos. En esa frase, que es una a través de la cual se describe la pérdida de la orientación en la novela, queda claro que siempre habrá algo -algo tenue o casi transparente o peligroso- entre el que conoce y el deseo de conocer. Creo que en ese terreno se desarrollan los libros.
-Explora a la mujer en Rulfo. ¿Qué descubrió en ese filón de su narrativa?
-La crítica feminista nos ha enseñado a releer a Rulfo con cuidado. No todo es sobre machos que se salen con la suya. También hay ahí, en esos terrenos liminales de Comala, cuerpos diversos y sexualidades que ahora llamaríamos alternativas. Las ánimas de Comala, en todo caso, son muy carnales. En muchos casos, poseen una agencia que la lectura vertical y heterosexual les ha negado. Aquí, en cambio, las señalo y las resalto.
Rulfo y paz
-¿Qué opina de la relación que sostuvieron, y sostienen, Rulfo y Octavio Paz?
-No me interesan las peleas para descifrar cánones y los que gustan de presentar a estos dos autores como antagonistas se preocupan sobre todo por el canon. Hay de fondo diferencias estéticas y de sensibilidad, diferencias en su relación con los medios y con el exterior que bien valen un estudio más detallado, menos partidista. En mi libro apunto que la obra de Paz parece tener más lazos con el pasado mientras que la obra de Rulfo ve directamente hacia el presente éste nuestro, es decir, hacia su futuro.
-¿Cree que fue, de alguna manera, precursor del boom latinoamericano?
-Rulfo es parte de un grupo fundamental de escritoras y escritores del siglo XX latinoamericano. Me parece que, en sentido estricto y sin denostar para nada la importancia de los escritores del boom, la pertenencia a esa generación específica se definió a través de una agencia literaria y algunas editoriales.
-¿Se recuerda y lee a Rulfo hoy en México?
-Rulfo no sólo es un autor muy leído, sino también muy querido. La realidad violenta y feroz que se cuela por entre sus letras está todavía aquí, enseñando sus dientes. Rulfo nos sigue dando lentes -críticos no dogmáticos- para entender la realidad de la guerra de nuestros días.
-En el año de su centenario, ¿qué frase, consigna o idea en torno a Rulfo le ha parecido inédita e interesante?
-Que hay que seguirlo leyendo. Que tiene sentido leer más y de tantas maneras como sea posible, y no menos y de una manera acotada por un grupo, a Juan Rulfo.
-¿Qué es lo universal de Rulfo y Comala?
-El cuerpo. El dolor. La violencia. La ternura. Las relaciones desiguales entre el campo y la ciudad. El amor y, sobre todo, el desamor (recuérdese que Pedro Páramo es, sobre todo, nuestra gran des-Amado).
-¿Por qué cree que la Fundación Juan Rulfo se molestó con su libro?
-Hay, de fondo, una lucha entre los que defienden la propiedad privada y las marcas registradas -con las ganancias que éstas generan- y los que concebimos el libro -o el texto para ser más precisos- como una labor de diálogo y comparecencia donde los distintos puntos de vista pueden ser efectivamente distintos.
Lazos de deuda
Rivera Garza ha desarrollado, sobre todo en su libro "Los muertos indóciles", los conceptos de necroescrituras y desapropiación. "Abogo ahí por libros que hacen visibles los lazos de deuda que todo autor tiene con los practicantes de una lengua al volverla lengua escrita. Se trata, pues, de reconocer que un libro siempre tiene una multitud de autores -de ahí su raíz plural- y que lo que está en juego no sólo es esa pluralidad.
Literariamente, hoy está abocada a una historia que tiene que ver con la producción del algodón en la frontera entre México y Estados Unidos. "Lo veo como un proyecto de escritura que escapa de la ciudad y se va a vivir a las zonas rurales de nuestros territorios. Es, también, un proyecto comunalista, compuesto de documentos y entrevistas y experiencia compartida", resume la autora, que además está iniciando un programa inédito en la Universidad de Houston. "Se trata de un doctorado en estudios hispánicos concentrado en escritura creativa en español. En Estados Unidos hay tres MFA (Master of Fine Arts) en escritura creativa en español, pero el nuestro será el primer doctorado en el rubro. Este proyecto, testigo de la creciente fuerza del español, tiene nuevas repercusiones estéticas y políticas en la era de Donald Trump. En nuestra primera generación, por cierto, hay dos chilenos y pronto se abrirá la nueva convocatoria".
juan rulfo, autor de "pedro páramo" y "el llano en llamas".
"Había mucha neblina o humo o no sé qué"
Cristina Rivera Garza
Random House 245 páginas
$14.000
San Juan Luvina
Llegué a Oaxaca a inicios del invierno. Sabía que Juan Rulfo había pasado temporadas ahí, viajando en coche sobre las recién asfaltadas carreteras o avanzando en el lomo de algún burro o caballo por veredas escarpadas. Con más frecuencia caminaba. Imaginaba sus zapatos: ¿qué tipo de zapatos para subir esta montaña? Imaginaba la sed. Y la pausa, ahí, bajo la sombra de un pino. ¿Experimento la misma plenitud carnal, la misma silvestre felicidad al meter las manos en el agua fría del pozo cuando parecía que la garganta le quemaba? Imaginaba el cielo azul, limpísimo, que cubría, de hecho, mi cabeza, porque recordaba lo que no viví en lugar de mirar lo que estaba ahí. Hacía las dos cosas en realidad: recordar lo que no viví y observar de cerca, a través de los lentes para miope, lo que estaba en efecto ahí. Uno nunca está solo en la montaña.
Ese invierno de soles intensos y buganvillas en flor llegué a Luvina después de dejar atrás una carretera de cerradas curvas bordeadas por bosques tupidos, y después de avanzar, más tarde, por caminos de tierra. Allá, a lo lejos, ese pueblo encaramado en la punta de una loma, al final de un camino que bajaba o subía, dependiendo de si uno iba o regresaba, refulgía San Juan Luvina. Y nunca como en ese momento estuve segura de encontrarme tan cerca, apenas a unos pasos de Comala. La sensación de que bastaba extender la mano para tocarla. Ese tipo de cercanía. Si era cierto que el cuento "Luvina" contenía ya, literalmente hablando, a Pedro Páramo como una nuez, ahora me quedaba claro que lo mismo podía decirse de su geografía. Atrás de esa puerta de alambre que abrió, cual debe, un arriero, comenzaba su milagro. Esto era un pequeño pueblo de orígenes zapotecos encaramado en los picos de una montaña de la sierra Juárez y era también, ¿cómo no iba a serlo?, un planeta entero con todo y su flora y su fauna, su orografía y su metalurgia, sus eras geológicas y su futuro cósmico. (Páginas 16-17)
Alvéolos
Inhalamos y exhalamos, ruidosamente. Estos son nuestros pulmones, ardiendo, mientras seguimos a la procesión en silencio: una mujer que ha dado a luz apenas 20 días atrás; un padre que carga a su primogénito sobre la espalda, envuelto en un rebozo, mientras lleva costales de naranjas en ambas manos; una tía cargada de botellas de plástico llenas de tepache y mezcal, bultos de tortillas y huevos duros, tamales de maíz y frijol; una pareja de padrinos junto con su hija de cinco años y su hijo de siete; un tío que lleva a las gallinas y a los guajalotes descabezados dentro de un atado que cuelga de su frente; una prima que se ha enredado el rebozo en la cabeza a la manera tradicional de los mixes y su pequeña acompañante rubia de siete años, y nosotros. Y nuestros pulmones. Cerca de la columna vertebral, a uno y otro lado del corazón, los pulmones transportan el oxígeno de la atmósfera hacia la sangre, liberando así el dióxido de carbono desde la sangre y de regreso a la atmósfera. Inhalamos y, después, exhalamos. El aire pasa a través de la nariz y la boca, viaja a través de la tráquea hasta alcanzar los bronquios y, una vez ahí, los alvéolos. A esto se le llama arder. El intercambio entre el dióxido de carbono y el oxígeno se lleva a cabo aquí, en los alvéolos. Exhalamos. Las plantas de los pies. El globo terráqueo. Inhalamos. Y, por primera vez, nos detenemos. Debemos estar a unos tres mil metros sobre el nivel del mar. "Ya vamos en 25% del trayecto", dice el tío regalándonos un poco de español mientras encuentra una roca donde sentarse. El olor a las naranjas en medio del bosque. El jugo de los mangos maduros entre los dedos, por las comisuras de nuestras bocas. La infancia debió haber sido algo así, incluso al inicio de nuestras vidas. Algo pegajoso. Hacemos lo que ellos hacen: nos pasamos por el cuerpo las ramas de los pinos, las ramas de los encinos, de arriba abajo y, luego, de abajo arrib, todopara espantar el cansancio físico. Hay una vela gruesa y corta en un altar hechizo. "Van a necesitar esto", dice la tía mientras coloca unos pequeños vasitos sobre las palmas de nuestras manos y sirve, casi de inmediato, este líquido traslúcido: el mezcal. Un trago. Tres tragos. Cuatro o cinco tragos después estamos listos para regresar al camino. (Páginas 219-220)
Por Amelia Carvallo
grisel pajarito
"La crítica feminista nos ha enseñado a releer a Rulfo con cuidado. No todo es sobre machos que se salen con la suya".
Adelantos del libro "Había mucha neblina o humo o no
sé qué", de la autora mexicana Cristina Rivera Garza.