Adiós al padre de los zombis contemporáneos
La muerte de George A. Romero golpeó fuerte el domingo pasado, porque su aporte al cine tiene una vigencia imborrable. Pero más allá de los confines del género, fue un retratista de la sociedad a lo largo de las décadas.
George A. Romero (1940-2017) murió el domingo pasado, el mismo día que el actor Martin Landau (1928-2017). Fue inevitable vincularlos en torno al cine de bajo presupuesto y las tinieblas, porque el director reinventó las películas de zombis desde la autogestión y el actor obtuvo su único Oscar por encarnar al gran Bela Lugosi en "Ed Wood" (1994). Landau, quien estaba llamado a ser una estrella desde que debutó en televisión en 1953, exploró las penurias de la precariedad financiera que afectó a Ed Wood desde su podio de Hollywood -y de la mano del cotizado Tim Burton-, pero la película cruza hacia esos territorios como un homenaje al plan suicida de filmar desde la independencia. Como siempre lo hizo Romero.
Nacido y criado en el Bronx, comenzó haciendo películas en 8 mm cuando era un adolescente influenciado por Orson Welles. Hasta que salió de la universidad y se dedicó a realizar cortometrajes autogestionados. Su gran salto ocurrió a fines de los 60 con la fundación de la productora Imagen Ten Productions. El proyecto estrella era una película de terror para la que, golpeando puertas, logró un presupuesto de 114.000 dólares. Lo que nadie sospechaba es que esa ópera prima -influenciada por la novela post-apocalípitica de Richard Matheson, "Soy leyenda", y también por el clima contracultural de la época- terminaría reinventando el género de zombis.
Aunque los muertos vivientes existían en el cine desde la seminal "White zombie" (1932), en "La noche de los muertos vivientes" (1968) Romero los redefinió a la luz de los males de la sociedad contemporánea. Los transformó en las peores versiones de nosotros mismos, tratando de sobrevivir en un mundo en crisis, salvándonos el pellejo a costa de otros. "Las historias son acerca de cómo la gente responde o no responde a los cambios globales y eso es realmente todo lo que han representado para mí", dijo Romero en su momento. Las interpretaciones abundaron después del estreno. En tiempos de convulsiones sociales, algunos vieron ahí un mensaje contra el racismo y otros contra la opresión hacia la mujer. El Village Voice consideró que ofrecía una alegoría de los horrores de Vietnam.
Romero depuraría a sus zombis en "El amanecer de los muertos" (1978) -una crítica al consumismo en la que los no infectados se refugian en un mall- y luego en "El día de los muertos" (1985), la subvalorada "Tierra de los muertos" (2005) y, finalmente, "Diario de los muertos" (2007), hecha en clave de comedia. Aunque el cineasta es el padre indiscutido de aquel universo de sobrevivencia y amenazas virales (¿alguien dijo "The walking dead"?), esas cinco apuestas opacaron el resto de una obra igualmente interesante.
Mención aparte merece la que es probablemente su obra maestra: "Martin" (1978), centrada en un adolescente que cree que es vampiro. O la inquietante "Monkey shines" (1988), sobre un cuadripléjico que debe lidiar con los celos y los sentimientos de venganza de su mono-mascota. O "La mitad siniestra" (1993).
George A. Romero fue un cineasta prolífico e imaginativo, pero también un retratista pesimista de la sociedad contemporánea. El valor de su cine está en la puesta en escena, pero también en la alegoría o, digamos, en el atrevimiento de instalarnos frente a un espejo desde el que podemos visualizar el infierno. Adiós, maestro.
"La noche de los muertos vivientes", película que romero estrenó en 1968.
George a. Romero, cineasta.
Por Andrés Nazarala R
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