Donde quiera que uno mire, lo que se observa y constata es la notable carencia de liderazgo político que afecta actualmente a la mayoría de las naciones del mundo, y Chile no es la excepción. No se abordan los problemas con el realismo que las circunstancias requieren, se dilatan las soluciones y se pierde el foco gracias la falta de visión para analizar la realidad tal cual se presenta ante nuestros ojos.
En cambio, se exagera lo negativo hasta el cansancio. En Chile, antes de la reciente elección primaria se pintaba una situación extremadamente oscura, incluso injusta para la mayoría. Desde el gobierno se venía hablando de exclusión, desigualdad y discriminación social hacia los sectores medios y populares. El Frente Amplio, por otra parte, se ensimismó con la idea de un país que vivía una suerte de "Infierno de Dante", con una minoría de individuos y sociedades privilegiadas dedicadas a retener todo para sí, destruyendo cualquier posibilidad de progreso socio-económico para el resto de los ciudadanos.
Hoy, Sebastián Piñera representa la continuidad del actual modelo; propone la realización de aquellos cambios que sean necesarios para perfeccionarlo y hacerlo más extensivo, más democrático, pero conservando los aspectos positivos que tiene nuestro sistema, que son muchos. Nada de "retroexcavadoras" ni políticas que impliquen una "expropiación" de los bienes y ahorros de la gran clase media chilena. Nuestros sectores medios están orgullosos y conformes con lo que han logrado gracias a su propio esfuerzo.
Ahora bien, si arrojamos una mirada a los grandes personajes de la historia, vemos que han tenido la fortuna de ser los representantes de un fin, de una meta, que constituye una fase en la marcha progresiva del espíritu humano hacia el progreso. Así lo planteaba el filósofo alemán Friedrich Hegel cuando hablaba de personalidades "histórico-mundiales", proponiendo que estos personajes sólo quisieron cumplir con su propósito, a pesar de las infinitas dificultades que encontraron en el camino.
Existe en el mundo una suerte de mezquindad psicológica, que le reprocha a los grandes hombres sus logros y éxitos, como si éstos hubieran sido su única intención.
Puede argumentarse aquí que el honor y la fama no importan a los grandes líderes, pues desprecian lo ordinario, lo que hasta el momento es considerado importante, lo que está flotando en la superficie. Sólo por eso podrán realizar su obra; de lo contrario habrían permanecido en el anonimato y otros habrían hecho lo que los tiempos requieren y necesitan. Piñera lo sabe y deberá captar el futuro.
José Miguel Serrano
Economista Universidad de Columbia