ANTONIO RENDIC, UN MÉDICO DE EXCEPCIÓN
Pensando en Antonio, que a sus cortos tres años llegó a Chile, desde la isla Brac, recordé un bello pasaje de Las mil y una noches: "Siembra generosamente los granos de tu bondad, hasta en los terrenos que te parezcan estériles. Tarde o temprano, el sembrador recogerá los frutos de su grano, superando sus más caras esperanzas". ¡Cómo no creer que Antonio, que con el tiempo se hizo médico, el querido Dr. Rendic de los antofagastinos, hizo carne ese hermoso principio! Por eso, quiero sumar a la larga lista de agradecidos testimonios, uno más.
Luisa nació en 1947, habitando una de las tantas casas del sector centro alto de Antofagasta, junto a su familia. A los siete años, su risa fácil empezó a trocarse en una mueca de angustia. Fue atacada por una cruel insuficiencia cardiorrespiratoria que hizo estragos en su frágil organismo.
Una vez, al regresar a su hogar, desde el colegio, una crisis la hizo caer en plena calle. Avisada Ida, su madre, llegó corriendo para auxiliarla. ¿Qué hacer? Lo primero, llevarla a su casa que estaba cerca del lugar en que había caído. Pero después, ¿qué? Los recursos eran escasos. Y ahí entró en escena el Dr. Antonio Rendic. Ida sabía de su generosa entrega a los pacientes. Sin dudarlo, hizo que lo llamaran. La respuesta fue inmediata. Acudió rápidamente y le brindó la primera asistencia, recomendando que fuera trasladada al Hospital. Además de no cobrar por sus servicios, pagó el taxi ocupado en esa diligencia.
A partir de ese momento, la presencia del Dr. Rendic en la vida de la pequeña Luisa marcó una impronta que nunca se disipó. Se prescribió su hospitalización, permaneciendo conectada a una cámara de oxígeno durante cuatro largos años. En muchas de las interminables noches de hospital, la abnegada Ida durmió junto a su hija, en precarias condiciones, apoyándola con la fe inmensa que le transmitía el Dr. Rendic.
La preocupación del bondadoso médico fue constante, traduciéndose en palabras de aliento y ayuda económica. Hasta el último de sus días, Ida siempre repitió que -de no haber sido por el consuelo espiritual y material del Dr. Rendic- le habría sido mucho más difícil resistir los padecimientos de su pequeña.
El proceso de recuperación de Luisa duró varios años, lapso en el cual su madre la hizo ver periódicamente por el Dr. Antonio Rendic, quien le prodigaba sus útiles consejos y le regalaba medicamentos necesarios para su cuidado.
Un buen día, el mal desapareció y la niña pudo continuar sus interrumpidos estudios, hasta titularse de profesora normalista y capacitarse como Orientadora. Se enamoró de un joven profesional como ella, se casó y tuvo dos hijos.
Por desgracia, a sus 40 años de edad, la enfermedad regresó con virulencia, afectando gravemente su vida y transformándola en oxígenodependiente. Pero ya no estaban ni su madre ni el buen Dr. Antonio Rendic, para aliviar su sufrimiento. Desahuciada, Luisa expiró el 2 de agosto de 2009.
Sin embargo, como dice emocionadamente su hermana Ruth, en la última etapa de su vida, ella habrá añorado la devoción de Ida y las cristalinas ventanas que eran los ojos del Dr. Rendic, a través de las que proyectaba la luz de su espíritu.
Al final, sólo pensar que, para ser bueno, hay que ser muy bueno. Y considerar, también, que buscar milagros en la vida del Dr. Rendic es innecesario, si ya su vida parece haber sido un milagro.