Romeo y Julián. Una historia de amor fulminante
Hay representaciones que simplemente son extraordinarias, salvajes y deprimentes.
Extraordinarias, porque traen a la post contemporaneidad una obra barroca tan hermosamente trágica conservando la intensidad y ciertos giros poéticos de la original. Salvaje, porque en el trabajo de traerla a la actualidad, a la situación de la vida cotidiana de un par de chicos enamorados, no hay reparos en mostrar la cruda y vulgar realidad a la se ven sometidos o reducidos. Deprimente, porque es su sociedad, el entorno más cercano, el que a la vez que los aplaude, los rechaza y condena. La muerte resulta lo único que los puede salvar y unir.
En el histórico teatro Camilo Henríquez se presentó, desde el 18 de agosto hasta el sábado recién pasado, "Romeo y Julián. Una historia de amor fulminante", a cargo de la compañía Legión Escénica dirigida por Carlo Urra, de quien también es el guion. Se trata de una obra que reinterpreta, actualiza, la Shakesperiana Romeo y Julieta. Aunque de algún modo también podemos pensar en la Tragicomedia de Calisto y Melibea.
La obra se sitúa en el Verona, un colegio de Providencia, donde dos estudiantes, Romeo y Julián, se enamoran de manera fulminante. Algunos amigos los apoyan, pero los familiares se oponen violentamente y a los enamorados no les queda más que huir. Pero, ante la ira familiar, por la vergüenza que les significa, sobreviene un trágico accidente, y los adolescentes acaban muertos en el baño del colegio.
La historia la conocemos de sobra, lo interesante son las representaciones shakesperianas que Urra mantiene sin desentonar en este entorno ni tan distante al barroco inglés. Al igual que allí, el lenguaje es directo, el de la calle, el de lo cotidiano, pero, que como está sobre un escenario, a veces juega en rima y se distrae en las máscaras. El prólogo, en boca de un compañero de curso; la nodriza, la nana que lo ha criado desde siempre (la primera de la casa en enterarse de este amor vedado, "antes no cerraba la puerta", dice). Fray Lorenzo, la amiga, quien a la vez es el nexo entre las familias. En definitiva, una serie de guiños obligados y sutiles que de inmediato nos trasladan a la obra primera, pero que rápidamente nos devuelven a este Chile del siglo XXI, lleno de tabús y falsas moralidades.
"Era significativo poner algo así en escena, por la necesidad de habitar la diversidad, más allá de abanderarse. El teatro es el último medio de comunicación independiente que nos queda […], dice Carlo Urra. Hay que traerla a la región.
Doctora en Literatura Medieval
Viviana Ponce,