Resulta insoslayable comentar los dichos de la candidata presidencial Beatriz Sánchez, respecto a su negativa a participar en un programa de televisión, aludiendo a que uno de los integrantes que allí están presentes, fue ministro del régimen militar.
"Hay un panelista que fue integrante de la dictadura y ante esa situación no voy a ir", afirmó la periodista y representante del Frente Amplio, aludiendo al economista Sergio Melnick.
La frase es sorprendente, tanto por la profesión que ostenta y ha ejercido Sánchez, como por su condición de abanderada a la más alta magistratura del país, en tanto resulta contradictoria respecto al rol que la sociedad le exige a periodistas y en relación a la identidad que hoy la tiene en una posición expectante.
Iván Valenzuela, también periodista del programa en cuestión, precisó que allí están "abiertos a todos los sectores" y que defienden "los valores de la democracia".
En efecto, es indudable que el ejercicio moderno de este oficio está y debe estar vinculado con la democracia, con la representación lo más amplia posible, de las demandas sociales y las visiones existentes. Ese ánimo es el que debe desarrollarse en este ejercicio profesional, a fin de que la gente pueda formarse opiniones informadas.
Melnick, el aludido, dijo que lo que la candidata del Frente Amplio hizo "es una cosa profundamente antidemocrática", ya que quiere "imponer" su visión moral por sobre la del resto.
El asunto toma ribetes todavía más complejos considerando que efectivamente se trata de un asunto ético o moral para lanzar la acusación, pero también para entender los efectos que un juicio de tal tipo tiene en los diálogos que se abren o cierran. La democracia es precisamente abrir conversaciones.
El asunto que plantea Sánchez podría entenderse desde el punto de vista político- electoral, no obstante, ni siquiera así es justificable, en la medida que la sociedad espera altos comportamientos de sus líderes.
Muy lamentablemente la clase política está cayendo en todo lo contrario, instalando la polémica como estrategia, cuestiones que poco o nada sirven para erigir un país desarrollado, con espacio para todos.