El año 1950 ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile como todos aquellos que, teniendo las capacidades y oportunidades, tenían que migrar al centro del país para alcanzar la educación superior. Pronto, muy pronto, vendrían las movilizaciones sociales, marchas incluidas, para lograr la educación universitaria en nuestra región lo que dio origen a las sedes de la UTE, La Universidad de Chile y la Universidad del Norte.
Él, a diferencia de muchos otros, regresó a su tierra a desarrollar su vida profesional. Con fuerza había grabado en su corazón aquello de sembrarlo en la verdad como dictaba el lema del Liceo de Hombres donde formó sus primeras herramientas en el arte de la palabra, el diálogo y la razón como instrumentos de convivencia entre los hombres.
Hizo suyas las luchas de los muchos y desde el Consejo de Defensa del Estado contribuyó a defender la normalidad de un proceso popular que desde el inicio sufrió los embates de la reacción que desde siempre buscó resistirse a la fuerza de la historia.
Los primeros horrores de la dictadura encontraron en él un hombre que con las, entonces muy débiles, armas de la ley, lograron mitigar el impacto del dolor y el atropello a los derechos del hombre, defendiendo en los consejos de guerra, verdaderas máquinas de vulneración de los más básicos resguardos jurídicos de la humanidad.
Luego de un fallido intento de desafiar al centralismo político cultural que favorecía a los hijos de la capital en la carrera senatorial, asumió la embajada de Ecuador donde muchos conocieron de su talento diplomático y político en la digna tarea de representarnos.
De regreso, a su tierra de siempre, se incorporó como académico a la Facultad de Ciencias Jurídicas de nuestra universidad alcanzando allí la condición de Decano y posteriormente la de secretario general de la institución. Acá tuve la suerte de compartir y conocer de su bonhomía y su sorprendente capacidad de hacer simple lo complejo y la de capturar en una conversación al pasar, con el taxista o lustrabotas, la opinión de los sencillos, de los humildes, de los ávidos de derecho. Hoy, en nuestras calles, en los tribunales, en los pasillos de la universidad ya se echa de menos su figura gentil, su sonrisa franca, su vocación por el derecho y su capacidad de ser don Bernardo Julio Contreras.
César Trabucco
Sociólogo y académico Universidad de Antofagasta