ERA DON ANTONIO…
Era don Antonio… Los lugares comunes son los que construyen, muchas veces, las relaciones de la cotidianeidad y, sin duda alguna que, quien haya vivido en Antofagasta en los últimos 60 años, recordará que, del paso de una persona se construyó un imaginario social en nuestra ciudad a través de la vocación del servicio a los pobres, imagen de un servicio médico que honra la inteligencia como un don puesto al servicio de los demás y reconocido por toda la sociedad en la figura del Doctor Antonio Rendic Ivanovic. De paso tranquilo, sereno pero firme. Su estampa de un San Pedro de Alcántara, se deslizaba con esa prestancia y humildad del hombre íntegro, del que sabe lo que es un hombre y, en ese sentir, acogía a todos. Sus pacientes eran las visitas que honraban su Casa-Consultorio y era toda una peculiaridad en el trato al recibirlos, que dignificaba al ser humano en su condición de persona, con esa calidez de hacerlo su "amigo". Así lo sintieron y sentían cuantos, a su palabra, acudieron en busca de la salud. Don Antonio se sentaba en su sillón, se echaba hacia atrás reclinando su cabeza, cerrando sus ojos y cruzando las manos sobre su pecho como para abrirse al ser de la persona que estaba al frente suyo y recetar lo bueno. Había en él un rito con el paciente y era el abrir un lugar en su corazón para acogerlo. Cada hombre y mujer, niño o anciano, constituían, para él, un mundo que cuidar. Así, el día transcurría en una contemplación activa de oración atendiendo a "sus" pobres. Damos fe de esa práctica.
Era don Antonio un médico de las Bienaventuranzas.
Hombre henchido de humanidad, de la buena y sencilla, de la que se descubre y se asombra en el clarear de cada día como una gracia. Fue un don maravilloso para una ciudad envanecida en una soberbia de otros empeños, que no ennoblecen la frente del hombre, y lo hacia sentir con mucho cariño a quien acudía a su encuentro por razones diversas, pero siempre recurrente a la salud física, y él sabía conciliar esa salud con el sentido de la paz, la interior con la externa, que da esa tranquilidad para volver al camino.
Le llamábamos en las mañanas por teléfono o bien con una notita le "mandábamos pacientes", a quienes atendía solidariamente y nos remitía con otra notita: "ahora le toca algo a Ud. mi amigo". De un respeto ceremonioso para con todos y en todo. Fue el primer médico que se alegró de la "Carta en Solidaridad", para atender a los pobres y marginados en los años de la dictadura, por cuanto le recordaba el sentido de la misión de ser médico. Era un hombre cultivado en la honra del trabajo diario. Fue un hombre de justa indignación ante la injusticia, el oprobio y la humillación a un semejante. Se formaba, diariamente, en el yunque de la conciencia cristiana y el servicio, que dignificaba la condición humana de los sufrientes. Le dolía, hasta los huesos, cuando las personas eran maltratadas y mal atendidas en la atención pública.
Él sabía de San Juan de la Cruz "que en el atardecer de la vida te juzgarán por el amor".
En verdad que la ciudad se vistió de esa forma cautivante, que fue la bondad del carácter de un hombre, sencillo y humilde en su personalidad, elocuente y vivaz en su palabra.
Por la puerta "ancha" de su casa-consultorio, pasaba la humanidad doliente y excluida. Don Antonio hizo de la medicina el camino para hacerse hombre y fue, ni más ni menos, un hombre bueno y así se le guarda en la memoria de un pueblo que le honra y que espera que otros Antonio, abran las puertas de una nueva ciudad, la solidaria, la del gesto que acoge y saluda al otro como su amigo, ciudad que se descubre como una gran fraternidad, en donde el corazón de la ciudad se hace a partir de los hombres como Don Antonio Rendic: El Hombre Bueno.
un santo para antofagasta