"Para los refugiados sirios venir a Chile es un salto, sobre todo por la cultura"
Por estos días el padre Antonio Calleja está de visita en Antofagasta. Si bien su nombre no es muy conocido, su trabajo ha cambiado la vida de miles de refugiados en el mundo.
Tony -prefiere que lo llamen así- es sencillo. Viste un chaleco de lana azul y una polera desteñida. Toma café sin azúcar y se fuma cerca de una cajellita de cigarrillos diaria. "Antes me fumaba dos. Con esta entrevista llevo casi una hora sin fumar", dice.
Está acostumbrado a los ambientes hostiles. Actualmente vive en El Líbano y es director adjunto del Servicio Jesuita Migrante para los Refugiados de la región del Medio Oriente. En ese país está tratando de ayudar a los miles de desplazados que han llegado desde Siria.
La relación del padre Tony con Chile partió el 1974, cuando trabajó en La Serena, Concepción, Santiago y Coquimbo. "No soy chileno, pero casi". Posteriormente, en el año 2000 partió a ofrecer su trabajo en el SJM.
¿Por qué tomó esta decisión?
-El SJM es un servicio universal de los jesuitas. En este momento estamos en 47 países, pero como las crisis aparecen en todas partes ahora estamos abriendo en Tanzania y Nigeria. La idea es ayudar socialmente a estas personas. El SJM está divido en regiones, por ejemplo, en Latinoamérica estamos en Panamá, Colombia, Ecuador, entre otros. Yo trabajo en la región del Medio Oriente, la cual se creó el 2000 con los desplazamientos por la guerra. En ese entonces era una operación más pequeña. Luego, con el estallido de la crisis de Siria en el 2013, hoy existen 6 millones de refugiados sirios que están en distintas partes.
¿Cuál es el trabajo que realizan con estas personas?
-Es un trabajo contundente. Nosotros hacemos algo que no es muy común porque no tiene fondos y no es muy sexy. Lo que hacemos es visitar a la gente, compartir con ellos. Son personas que están en estado de shock, que lo han perdido todo. En El Líbano y en Irak tenemos un programa de apoyo a la salud mental. Hay mucha gente con depresión y esquizofrenia. Lamentablemente en situaciones de emergencia nadie les toma atención.
Todos se preocupan de entregar ayuda más tangible...
-Sí, dan comida y abrigo, pero nosotros nos preocupamos de lo otro. También nos preocupamos mucho de la educación porque hay que asegurar a los niños con una escolaridad básica. En El Líbano por ejemplo, tenemos ocho escuelas con un total de 3.500 alumnos. Tenemos estudiantes que han visto combates, han visto muertos y tiene una historia muy violenta. Además viven en condiciones muy precarias, hacinados con tres familias por departamentos que son muy pequeños, sino están en tiendas de plástico.
Ellos son refugiados con una carga emocional distinta a la de los latinoamericanos o europeos...
-Claro. Pero hay una similitud entre los migrantes y los refugiados: son discriminados, mal mirados, entre otras cosas. El ser humano siempre tiene miedo al que es diferente. Hay mucho recelo con el tema del trabajo. Además tienen mucha dificultad para acceder a los derechos básicos como educación y salud.
Adaptación
Hace unos días llegó un grupo de refugiados sirios a Chile ¿cómo ve esta situación?
-Chile es un país de migrantes. Ellos tiene que buscar un lugar donde vivir y un país que les acoja. Para ellos venir a Chile es un salto, sobre todo por la cultura y el idioma. Aquí hay una pequeña comunidad Siria que se ha preparado muy bien para recibirlos. Yo me saco el sombrero, porque uno va con su familia a otra parte y en general lo pasas mal. Lo que necesitan es el idioma, sobre todo los adultos porque los niños en seis meses hablan otro idioma. Teniendo eso su integración será mucho más fácil y bueno, después van a comenzar a entregar su aporte.
Este tipo de situaciones también afectan en lo humano...
-Me da rabia y se me parte el corazón. Las monjas me dicen que ellas lloran. Hay una impotencia, entonces la rabia me hace pensar en los proyectos y todo lo que puedo hacer para ayudarlos. Me ha tocado a ver gente golpeada, no sabe qué le ha pasado o están en estado de shock.
Chile, en comparación a otros países, ¿cómo está recibiendo a los migrantes?
-No sabría decirte porque de repente el discurso cambia y se puede aprovechar políticamente. Pero por ejemplo, cuando son dos mil colombianos que llegan a un lugar es fácil integrarlos. Si son 20 mil se comienza a complicar. Aquí hay una necesidad de mano de obra pero la gente se empieza a quejar porque les quitan trabajo, lo que en parte es verdad, pero ellos hacen trabajos que nadie quiere hacer y eso a Chile le conviene económicamente. Tengo la impresión que la recepción de los migrantes ha sido bastante buena, sobre todo en abrir los accesos a salud y educación.
Desde su perspectiva ¿cómo podemos mejorar?
-Hay que evitar los guetos, es importante que se integren y que convivan con la sociedad. Hay que evitar quejarse por todo, no ponerse "alaraco". Atajar el aprovechamiento político, eso es muy importante. También tenemos que aceptar con dentro de una población de 90 mil migrantes, hay algunos que van a cometer errores, pero no son todos. Si hubiera una política más proactiva quizás todo mejoraría.
Estadía
Por el año 2000, Tony decidió emprender un camino en el SJM. Uno de sus trabajos los realizó en Burundi, África, un país que no conocía y que le trajo grandes satisfacciones.
Mientras toma un sorbo de café, esboza una sonrisa y dice: "cuando llegué, había un grupo de niños que estaba frente a mí pero no se acercaba. Me miraban, yo era blanco. Uno de ellos se acercó temeroso, me tocó la mano y salió corriendo. A ellos cuando los retan, les dice que un blanco los va a raptar".
¿Fue ahí donde conoció a Felipe Berríos?
-Trabajamos juntos, yo dirigía el trabajo y estuvimos cerca de cuatro años. En Burundi construimos una granja-escuela para formar gente con oficios. Tengo la mejor imagen de él, de hecho vine a visitarlo.
Muchas veces los sacerdotes no son tan cercanos como usted o don Felipe...
-Yo viví muchos años en poblaciones. Todo depende de la experiencia que uno tiene. A mí me gusta estar con la gente porque ellos necesitan que uno las escuche, ellos quieren contar y nadie los escucha. Además eso les da esperanza.
"Hay una similitud entre los migrantes y los refugiados: son discriminados, mal mirados, entre otras cosas. El ser humano siempre tiene miedo al que es diferente"."