El laberinto de los allegados
Ernesto Garratt acaba de publicar "Allegados", su primera novela. En ella muestra un mundo "dickensiano" a través de un niño que vive junto a su madre en una pieza prestada por un familiar en la Villa Frei, a fines de los 80.
Hasta ahí, realismo puro con un tema universal: el hacinamiento. Gritos, insultos, miedo, anulación de la privacidad. En medio de ese caos, con el protagonista camino a ser adulto, habrá telequinesis, levitación y hasta un vampiro. Todo un entuerto del que Garratt sale airoso, como si debutar en la novela a los 45 años no hubiese sido desafío suficiente para este periodista de la Universidad de Chile que semanalmente escribe sobre cine en el suplemento "Wikén" de "El Mercurio".
-¿Cómo concebiste este libro?
-Cuando nació mi hija hace tres años, en este nuevo Chile que me parece otro planeta en relación al que crecimos en los 80, pensé en escribir algo para mí y para que ella entienda lo que era vivir en esos tiempos y saber de dónde viene su padre. Cuando lo escribí, salió sola una estructura con una realidad social muy fuerte, pero también con una cuota de escapismo o fantasía. Agitas recuerdos que son desagradables y la fantasía era una forma de hacerlo más amable.
-¿En el viejo Chile era más dura la niñez?
-Es la historia de un niño que está dejando de serlo y se está transformando en un hombre. Es una infancia y adolescencia dura. Muestra un mundo "dickensiano", donde la niñez no es feliz, como aparece hoy en la cultura pop, sino que algo súper duro y desde donde uno quiere salir lo más rápido que se pueda.
-Afredo Gómez Morel presenta esa miseria en "El Río" y el protagonista, también niño, escoge el camino de la delincuencia...
-Es uno de mis libros favoritos. Pero yo no quería caer en un mundo que no conociera. Hay extremos muy fuertes en el cine y la literatura en Chile, como irse a la marginalidad extrema, y se ridiculiza un poco, porque no conocen ese mundo o tal vez usan una narrativa más distante y elitista. Quería que esto viniera del mundo del que vengo yo y del que vienen muchas personas, la mayoría quizás, y mi intención era escribirlo con un lenguaje simple, cercano y rescatando los códigos que usábamos en ese tiempo, a pesar de la estructura que elegí de mezclar realismo con fantasía.
-La necesidad social de parecer "normal" cruza la novela e inquieta desde el protagonista hasta el vampiro.
-Me encantan los personajes que no encajan y redefinen qué es normal y qué no, como los de Tim Burton. El del vampiro tiene referencias del vampirismo y del terror gótico. Traté que fuera lo menos normal de lo que uno espera de un vampiro. Un vampiro que no quiere serlo y va al dentista y le pasa lo que le pasa. Fue tratar de poner en primer plano qué pasa por la cabeza de una persona cuando está de allegado.
-¿Por qué escogiste dar romanticismo a la oscuridad?
-Para que no fuera desagradable. Algo tipo Poe. Muy gótico. O un terror tipo Lovecraft. Estoy tratando de hacer lo que se hace en las sagas juveniles: meterte en un mundo difícil. El molde de la saga es anglosajón. Yo quería algo con más romanticismo, un halo muy atractivo, pero más chileno y latino.
-¿Te dio pudor hurgar en tu propia biografía?
-No, porque no es una autobiografía. Es una novela de ficción. Hice lo que hacen muchos artistas: contar los mundos que conocen. No tengo ningún pudor en mostrar el mundo que conozco. Creo que es importante sacar el estigma de la condición de estar allegado, que lo han vivido muchas personas. Hay cifras demoledoras. Según la última encuesta Casen, hay 1,3 millones de hogares con allegados, que pueden ser deseados o involuntarios. Según la Cámara Chilena de la Construcción, hay 200.000 allegados que necesitan un lugar donde vivir. No he encontrado cifras de los 80, pero hoy, en el Chile de la OCDE, es una cifra altísima.
-¿Escogiste un mundo que conocías para construir una historia?
-Pero es que no sólo es ser allegado, es conocer el mundo de las escuelas con número en los 80, es conocer la microeconomías que se formaban cuando pedías fiado, cuando tenías que ir al negocio, cuando había una interacción de solidaridad particular, es conocer el pulso de la juventud de aquel entonces.
-Tu rescate de Ñuñoa de fines de los 80, ¿se parece al que hace Nona Fernández con la avenida Matta en algunas de sus novelas?
-Hay un punto en eso. Son a veces los lugares los que definen y formatean un relato. Y en este caso son esos lugares y en ese tiempo. Quise mostrar un ambiente sicológico y emocional basado en detalles y en la reconstrucción con palabras de esos lugares. Y, sin duda, Irarrázaval es transcendental en la historia de la novela.
-¿Cómo trabajaste el tema del odio? El protagonista lo asume como motor en su vida sin que eso impregne a la novela.
-El protagonista y narrador en primera persona es complejo, tiene capas demasiado profundas. Me vi en la obligación de darle esa sinceridad extrema de reconocer que el odio es algo que lo mueve a pesar de que es un buen chato, porque, si no, no sería creíble del todo. Necesitaba los lugares, la fotografía de Ñuñoa de los 80, pero también a través de este flujo de conciencia debía darle al protagonista una solidez para poder montar sobre eso la fantasía.
-¿Es posible levantarse de una experiencia dura como vivir de allegado prescindiendo del odio?
-Pregúntale al protagonista en tres libros más, porque esto será una saga juvenil. Pero yo creo que necesitaba esa sinceridad para montar la fantasía. La fantasía no está sólo en la historia del vampiro que se escribe dentro de la historia. El mismo protagonista dice que vuela, que lee mentes, que puede ver el futuro de los demás, menos el suyo. Necesitaba de mucho realismo interno, muy fuerte, al punto de reconocer al odio como algo importante en su vida para que tuviera una completa empatía con el lector, que el lector se vea en este protagonista y acepte que, junto a ese odio, el personaje puede inspirar otras cosas que no son para nada odiosas.
-¿Así consigues la consistencia para persuadir al lector de que el protagonista pueda levitar o volar?
-Necesitaba crear un mundo interior. Todo este libro es un mundo interior. Necesitaba crear un holograma interior demasiado consistente, recrear una versión de los 80 muy detallada y fuerte para que el lector nunca ponga en duda alguna de esas escenas.
-¿Tuviste dudas al escoger el narrador en primera persona?
-Traté de probar tercera persona, pero me gusta mucho el fluido de conciencia, lo que hacía Henry Miller. Quise probar eso.
-En el libro aparece tachado tu apellido cuando un par de veces nombran al protagonista. ¿Lo hiciste para reconocer estas dudas?
-Fue una propuesta de la editorial jugar con la idea de ficción y creo que está bien.
-¿Cómo reaccionó tu familia a la publicación de la novela?
-Todos están muy orgullosos y estuvieron conmigo en la presentación. Mi hija aplaudió a rabiar.
ernesto garratt comenzó hace tres años a escribir "allegados".
Por Daniel Gómez YIanatos
Como crítico de cine, Ernesto Garratt ha entrevistado a pesos pesados como David Cronenberg o Guillermo del Toro. Ellos, de distintas maneras, han fundido el realismo con la fantasía en el cine, entregando películas que pueden despertar ternura o asco con una intensidad sublime, volviendo más crédulo al espectador. A ese mismo tipo de hechizo recurre Garratt en su novela "Allegados" (Editorial Hueders), donde presenta la historia de un liceano de Ñuñoa que vive de allegado junto a su madre en una pieza que un familiar les ha facilitado en su departamento de la Villa Frei, a fines de los 80, con el Plebiscito a la vuelta de la esquina.
alexi sandoval