El vudú urbano de Cozarinsky
Ama la noche. En ella se mueve como un gato sin luz. A sus 78 años, el escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky acaba de publicar en Chile "Huérfanos". Acá habla de Lihn, Merino, Marín y Raúl Ruiz.
A sus 78 años, Cozarinsky, el mismo artista argentino que consiguió hace más de 30 años que Jorge Herralde aceptara publicar su primera novela en Anagrama gracias al generoso auspicio de nada menos que Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante, sigue tan noctámbulo y nómade como siempre, aunque ya dedicado por completo a la literatura.
De paso por Santiago, donde vino a presentar "Huérfanos" (Lecturas Ediciones), su último libro de cuentos, Cozarinsky nos espera en un luminoso café de Providencia, un lugar muy distinto al que prefieren sus personajes, que suelen evitar los sitios recomendados por las guías turísticas y optan por esos bares con carteles de neón de bajo voltaje y con las letras chuecas, donde sólo se venden cervezas de litro y se escucha siempre un partido de fútbol que sólo le importa al que queda en la barra.
"'Huérfanos' es pura metáfora, es gente que está abandonada por una familia ideal de alguna manera, que están ahí en busca de una referencia, de una columna vertebral desde donde apoyarse", dice.
-¿Sigue tan noctámbulo, Cozarinsky?
-Me encanta la vida de noche, pero no en el sentido de lugares nocturnos, sino más bien de observación, de notar que hay gente de día y gente de noche. Me sorprendía mucho esa hora del final de la tarde, la hora de relevo, donde la gente del día terminaba su jornada y se iba a su casa, y empezaba a salir la gente de la noche. Yo, a veces sentado en una mesa de café en la calle, veía a la gente que tomaba el subte para terminar el día y otra gente que salía de la boca del subterráneo muy fresca, recién duchada y vestida. Salían al ataque de la noche.
-En su película Ronda Nocturna (2005) se nota en cada escena cuánto conoce la noche.
-Fue una consecuencia de esa observación de la noche, de hablar con dealers, prostitutos de ambos sexos. Me interesaba mucho esa vida, que es totalmente extraña a mí, pero me fascinaban los personajes y su actitud. Cuando entrevistaba al chico que sería el personaje de la película, le decía que no lo estaba abordando por un servicio, sino que porque me gustaría que me contara algo, y que le pagaría lo mismo que le pagaría un cliente por una hora. Además del pago, me preguntaban si podían comer un sándwich y me parecía una cosa tan conmovedora. Te das cuenta hasta qué punto toda esta gente, que uno puede mirar no de una manera moralizante pero sí considerar que al menos están endurecidos por la vida, en el fondo tiene una ingenuidad.
-Uno de los personajes de Huérfanos alerta sobre la amenaza de una sociedad que ahora quiere pura gente buena y justa. ¿Qué le parece este afán que tienen algunos de vivir como si estuviéramos adentro de una capilla? ¿Hace mal tanta luz?
-A mí me interesa lo políticamente incorrecto. En Argentina, tenemos, sobre todo hoy, la dictadura de lo correcto en política, en conducta, en lo que sea. En ese cuento el personaje dice que ha elegido el lugar de la sombra. Eso me interesa a mí: escuchar a los que no están en la luz de lo correcto. Es un riesgo, pero si uno no escribe con riesgo, ¿para qué, no?
-¿Tanta transparencia conduce al despeñadero?
-No podemos exponernos todo el tiempo. El juego con la mujer, el juego de la seducción, avanzar sin saber bien dónde uno está pisando, tratando de dar una cierta imagen de uno mismo y que viene de los dos lados, de ella también. Son cosas complicadas. Lo que me gusta de la literatura es cuando nos revela cosas que no son evidentes, y por lo tanto que están un poco en las sombras, y no sólo de la conducta de la gente, sino que también del lenguaje, de tratar de ir más allá.
-¿De dónde viene su relación con Chile?
Mi relación con Chile viene de la literatura. Sabemos que la fama de Chile es por sus poetas, como Neruda o Huidobro. El que está más cerca de mi sensibilidad es Enrique Lihn. Para mí es un poeta al que vuelvo. Diario de Muerte es un libro extraordinario.
-En el primer poema de Diario de Muerte, Lihn le da muy duro a los doctores, con un resentimiento muy visceral. Dice que son los peluqueros de la muerte y que la encarecen. Lihn sabía que estaba muriendo…
-Es un resentimiento que puede experimentar cualquier persona. Les tengo mucha rabia a los médicos porque te consideran siempre un caso. Para mí, yo soy único. Mi vida es mi vida y es ilógico de mi parte que yo quiera que el doctor se comprometa conmigo de una manera como un hermano, porque atiende a mucha gente y a veces atiende 20 minutos y nos dice "aumentemos esto" o "disminuyamos esto". Y la vida de una persona depende de alguien que te ha visto 15 minutos.
-En 1999 usted sufrió un problema de salud que lo animó a escribir como nunca antes. ¿Tiene que ver con el poema "Porque Escribí" de Lihn?
-Sí. Escribir para seguir adelante y mantenerse vivo.
-¿Y qué autor chileno lee hoy?
-En prosa me gusta Germán Marín. Descubrí tarde El Palacio de la Risa, que es un libro extraordinario, y me puse a leer otras cosas suyas. Roberto Merino y Marín no tienen mucho que ver entre ellos, pero me gusta Marín por su lado visceral que hay en su trabajo, y Merino por su elegancia en la escritura. Las crónicas de Merino muestran su raro don de que te puede hablar de algo que no te interesa en lo absoluto, pero lo leo con atención y me apasiona por lo bien escrito que está y por ese tonito de elegancia y ese poquito de ironía que nunca es amarga ni agria.
-La obra de Merino ha hecho que se revalorice al cronista…
-Lo descubrí por Horas perdidas en las calles de Santiago y me hizo descubrir Santiago. Había pasado por Santiago, pero era una ciudad que no veía. Gracias a Merino, empecé a ver que había misterio en Santiago, que era algo que no le veía antes. Valparaíso, en cambio, sí, porque es una ciudad de leyenda, como de cuento de Stevenson.
-Usted se fue a Paris por el ahogo de la Argentina de la Triple A y López Rega, antes del golpe militar. ¿Allá conoció a Raúl Ruiz?
-Conocí a Ruiz en un Festival de Cine de Viña en 1969. En el 73', antes de ir a Europa, pasó por Buenos Aires. Estuvo viviendo tres semanas y lo vi bastante. Cuando llegué a París, me enteré que estaba ahí y me preguntó si estaba libre el sábado. Yo acababa de llegar y no tenía nada que hacer. "Hay un papel para ti en Diálogo de Exiliados", me dijo. Llegué a la locación afuera de París y me metió en la película. Haciendo un monólogo, muy al estilo de Raúl, que te dejaba improvisar y después veía qué entraba y qué cortaba. No me acuerdo qué quedó. Vi la película en su momento y me pareció muy graciosa. Tuvo muchos problemas con la comunidad chilena en París y el padre de Gumucio casi le hizo un proceso político. Raúl fue un gran artista.
Edgardo cozarinsky estuvo en chile presentando su último libro de cuentos.
Por Daniel Gómez YIanatos
Un editor francés le dijo alguna vez a Edgardo Cozarinsky que entendía muy bien por qué llevaba toda una vida desdoblándose entre el cine y la literatura. Esta dualidad le permitía moverse con cámara junto a una tropa, compartiendo el proceso creativo con todo el lote, y a la vez también le daba la facultad de recluirse como un monje para imaginar las historias de sus novelas y cuentos.
wilson gajardo