Crónica de reyes
María, cerrando los ojos, sonreía, gustando la dulce fatiga de la maternidad.
¡Había nacido Jesús, el Niño de los Niños!
Y el mundo había sufrido un gran alboroto. La Estrella, la Naturaleza, los animales, los pastores, lo adoraban.
Cumplida su veneración, los Reyes Magos se dispusieron a partir. El Niño dormía, vigilado por su Madre y Papá Buey, cuyos ojos se inflaban de sospecha, ¡no fuese uno de los poderosos visitantes a roba al recién nacido, llevándoselo para enriquecerse más! El Burro no se atrevía a rebuznar sus opiniones; pero aquel negro le producía escalofríos. Balaban, dulcemente, los corderos, mirándose a cada instante, como si, de este modo, le alentasen en su coro.
José despedía a los Magos. La Estrella, impaciente, daba saltitos, asustando a los escasos astrónomos que intruseaban el firmamento: era una Estrella, indudablemente, muy poco en sus cabales.
Cerca del Pesebre, los Pastores, arrodillados, soñaban. Uno osó tocar su flauta:
-¡Cállate!- Le indicaron en gestos los demás, temerosos que se alborotase el primer sueño del Niño.
La caravana avanzó.
Hubo un largo desasosiego de astros. Un aerolito corrió a contarle al Mar lo que estaba aconteciendo en la Tierra. Dentro del Establo, bailaba el aire de los buenos presagios.
-Seguirán cada uno el camino que yo les marque
Bajando sus cabezas, los viajeros acataron la orden. Jerusalén despertaba en sus torres: las gentes sonreían, como si una pluma traviesa les cosquillase el corazón. Marchaban, majestuosos, los camellos.
La Estrella se detuvo encima de un amasijo de caminos:
- Tú, -dijo al más viejo- te irás por las calles del viento, contando a los hombres el Nacimiento del Niño. ---Tú- se dirigía al silenciosos del grupo- hablarás en el agua, por el tiempo de los tiempos, de las virtudes y hermosuras del Niño.
Y tú, negro, te esconderás en algún hueco de la noche para que siempre tengan las madres un cuento con qué fascinar a sus hijos.
Se libertaron guardas, esclavos y animales.
Ya casi no restaba noche.
Satisfecha su misión, la Estrella desapareció.
Andrés Sabella