Las imágenes paganas de Parral
Vladimir Rivera fue el guionista de "Gen Mishima" y "Zamudio". Ahora se pasó al papel y publicó "Juegos Florales", novela que describe la soledad de un pueblo y la genialidad de los niños "raros".
Este trabajo de Rivera, también guionista de series de culto como "Gen Mishima" y "Zamudio, perdidos en la noche", de TVN, es un texto fragmentario y de atmósfera onírica, del que cuesta referirse sin caer en el spoiler. Advertidos.
-¿Cómo definirías "Juegos Florales"?
-Es una novela aprendizaje, una especie de "Cuenta Conmigo", pero sin viaje y sin el cadáver que hay que buscar. Son chicos varados en un pueblo perdido en plena dictadura. Ni siquiera la dictadura les alcanza a llegar, porque no hay nada que reprimir. Es la invisibilidad de ese espacio cotidiano.
-Hoy un niño de esos lugares que sufre autismo o alguna discapacidad mental: es fácil que también quede a la deriva.
-Hoy le pasaría exactamente lo mismo. Sigue esa sensación de abandono. Me interesa la extrañeza de los niños que se consideran "raros". Son personajes que me gustan mucho, que tengan autismo, asperger, trastorno bipolar. El que es borderline, el que es introvertido, ese personaje que está cada vez más presente en nuestra vida. Y en la literatura hay espacio para ver cómo ellos miran el mundo.
-El lector puede quedarse con la frustración de ver cómo se desperdicia un mundo interior muy rico, pero que no es capaz de conectarse con otros, como le sucede al protagonista. Debe haber sido difícil trabajar esa amargura, ¿o no?
-Una referencia para eso es el cine de Wes Anderson, con esa mirada inocente, como de tiempo suspendido. Como "Los excéntricos Tennenbaum", pero en vez de puros niños genios acá hay niños que no lo son y podrían serlo.
-¿Cómo llegaste al narrador?
-Llegué a través de esa mirada más inocente. Y tenía un poco que ver conmigo, porque cuando escribí la parte gruesa de este libro, que fue hace tiempo, me sentía perdido en el mundo, me costaba entender las cosas que me decían. El libro tiene que ver con eso, con cómo lograr esa sintonía entre lo que me están diciendo y lo que yo estoy entendiendo. El libro tiene esa confusión.
-Algo que pasa mucho cuando se llega a Santiago.
-Es inevitable ese desacomodo. Yo veía que todo el mundo entendía lo que se estaba diciendo y yo no entendía nada. Ahora me puede dar risa, pero era frustrante esa sensación. Y el protagonista puede sufrir afasia, que es una enfermedad del lenguaje, de las personas que son capaces de decir "esto es un vaso", pero no saben para qué sirve. Y le pasa a la inversa: no sabe qué es el objeto, pero sí para qué sirve. Por eso escribe poesía: puede contar todo lo que está en el entorno, pero sin decir lo que es.
-La novela funciona con muchos espejos. ¿"El Club de la Pelea" fue una referencia para construir a Recaredo?
-Sí y no. Siempre quise jugar con la figura del doppelgänger, de tu doble siniestro. Yo soy muy fan del "Club de la Pelea" e investigué muchas novelas y películas que tuvieran el doppelgänger. Ahí llegué a la conclusión de que no había ninguna novela así de niños. Recaredo no es Tyler Durden, pero es como si lo fuera. Hay personajes que aparecen poco, como Juan Diablo, que entre medio se hace poeta, que es más Tyler.
-Has reconocido que Manuel Rojas y Nicomedes Guzmán fueron importantes para ti. ¿Hoy el realismo puede explorar otras temáticas que en los 50 habrían sido algo excéntrico?
-Hoy me siento más cercano a un realismo más tipo Rulfo. El realismo como tal no es que no me guste, pero no me sale. ¿Esta es una novela realista? Sí, pero tampoco sabes si es tan realista, porque hay un terreno ambiguo. Me alejo un poco de eso, porque me da lata este afán revisionista de que todo tiene que estar basado en casos reales, porque hay más que analizar.
-Si no, sería puro periodismo…
- Claro, tiene que haber ficción. Hay que fijarse en otros aspectos que la realidad no te da.
-¿Y cómo lo hicieron con el guión de la serie "Zamudio"?
-Nos metimos en la cabeza de los asesinos, que es algo súper poco empático, porque la sociedad te dice que no. Lo que nosotros hicimos fue pensar que estos tipos eran nuestros amigos. Lo más probable es que en mi época estudiantil estuve con gente así, con estos tipos, porque las universidades congregan a personas que provienen de lugares donde hay mucha marginalidad. Entonces, los podíamos pensar como amigos y no como las bestias. Tuve amigos que se agarraban a mocha, que sus papás los echaban y quedaban tirados en el centro y no tenían dónde dormir. También usamos harto de nuestra experiencia para escribir.
-¿Y el personaje de Zamudio?
-Era lo más complejo. Cómo trabajar un personaje cuando ya había una ley con su nombre y sin ofenderlo. Tuvimos esa presión. Tratamos de ser respetuosos con él y su entorno.
-En YouTube hay un documental tuyo que muestra un sur de entorno distinto, no tan acogedor, poco amistoso y bien áspero.
-No es el sur de Pancho Saavedra (risas).
-Es un sur que cuesta más agarrarlo.
-Aquí estás más a la intemperie. Yo lo veo así. Ese documental lo hicimos en julio sabiendo que en esa época hay nieve y el pueblo apenas se ve y hace más difícil que puede aparecer el detenido-desaparecido de la historia si no se puede ver a nadie. Estamos todos desaparecidos.
-¿Muy Comala o no?
-Por eso digo que Rulfo es importante para mí. La gente se ríe cuando hablo del folk y lo gótico como conceptos, porque esto no es realismo puro, son imágenes. Para mí lo gótico tiene que ver con historias de fantasmas, pero ya no estamos en el siglo XIX. El fantasma del siglo XX no es el mismo del XXI. El vampiro no es el mismo. El doppengänger o el Fausto en una época pre-industrial son distintos al Diablo de ahora. No se puede hacer historias de fantasmas con los mismos códigos del siglo XIX. No tiene sentido. Y el folk es por la extrañeza de lo folclórico. Yo estoy a años luz de Raúl Ruiz, pero es lo que él hizo con La Recta Provincia y Cofralandes, en el sentido de que en lo cotidiano de los parajes hay mucha poesía, pero todo está normalizado o naturalizado. En el sur persiste la lógica de funcionar con la extrañeza, de preguntarse con normalidad si alguien le habló a un muerto que creyó ver en la calle. Para un santiaguino debe ser poco real, pero para nosotros no.
Vladimir rivera es guionista y "juegos florales" es su primera novela.
Por Daniel Gómez Yianatos
En la bruma del Parral de hace 30 años, un grupo de escolares se define como "una canción de Depeche Mode proleta", mientras sobreviven al aburrimiento con poesía y algo de neoprén para pasar también el hambre y el frío. Lo más parecido a eso es Estar solo, la canción de Los Prisioneros. Esa vieja letra, perdida en el disco Pateando Piedras, roza con cuidado el conflicto que vive el protagonista de la novela "Juegos Florales" de Vladimir Rivera (Editorial Emecé): "Hay algo malo dentro de mí / una especie de programa con error/ una tendencia, una exigencia/ muchas diferencias/ de las que nunca puedo renegar".
wilson gajardo blackwood