Antonio Rendic, una vida ejemplar
Sólo puedo empezar diciendo: Gracias, Señor, por el regalo maravilloso de haberme elegido, entre todos los miembros de una vasta familia, para crecer junto al Dr. Antonio Rendic y compartir parte de su vida. Ésta ha dejado huellas imborrables e inolvidables en modelo de fe, bondad e increíble ternura, de generosa entrega diaria a su familia y a su prójimo, entrega a su trabajo de médico y poeta, de hombre estudioso y gran lector, pero por sobre todo místico.
La esencia de la vida del Dr. es su fe cristiana profunda e inigualable que va a marcar su vocación tanto de médico como de poeta, los dos ejes de su existencia.
Antonio Rendic fue un hombre de fe profunda e inigualable, sin lugar a dudas hecho a imagen y semejanza de Dios, pues en su ser y su quehacer fue consecuente con su fe y principios cristianos. Claro que eso no descarta su condición de hombre de carne y hueso, que sufrió, rio y compartió la esencia propia de todos los hombres que poblamos la tierra.
Su unión en Cristo le señaló el camino del amor a sus semejantes, especialmente a los más necesitados. Atendió sin distingos de clases sociales a todo aquel que se acercó a él en busca de un alivio a sus dolores, pues vio en cada hombre a un hermano.
Gustaba de los encuentros en familia, disfrutando de los dichos y bromas que allí se conversaban. Eran momentos felices y de unidad que llenaban de alegría y orgullo su corazón, pues significaban la transmisión de principios, valores y postulados fundamentales que debían exteriorizarse y cumplir cabalmente.
De su larga vida, de 96 años, 70 años dedicados día a día a su profesión y los mismos años a escribir sus versos en 54 libros, editados por él mismo y regalados a sus amigos, a bibliotecas y a instituciones.
Esa misma fe en Cristo se plasma en su poesía, en la que se descubre ese maravillarse frente a la naturaleza como obra de Dios.
Su poesía, tanto lírica como descriptiva, ofrece como principales temáticas: el amor, la muerte, el Norte con sus paisajes y sus gente, lo religioso cristiano. A través de sus numerosos poemas líricos descubrimos el alma del Dr.: su dolor por el sufrimiento de los hombres, su generosidad, su ausencia de ambición por bienes materiales, su amor por su esposa y luego su gran pena por su muerte, la belleza de un amanecer.
Su conocimiento de todos los rincones del Norte, por su largo peregrinar como médico de las oficinas salitreras y su larga vida en Antofagasta, ciudad a la que amó entrañablemente, aparecen recreadas en poemas descritos con gran precisión y belleza.
Su poesía de palabras sencillas, de cuidadas rimas nos muestra la grandeza de alma de una persona, que pasó por este Norte, enseñándonos la felicidad de amar y de extasiarnos ante la magnificencia de la naturaleza.
Era un hombre alegre, positivo, optimista y entusiasta, que transmitía esa alegría de vivir, ya sea cantando o recitando. Creía en los hombres, pues eran criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios. Para él todos éramos seres de grandes virtudes y bondades sin límite. Su lema era: Amar, Amar, Amar siempre.
Antonio Rendic irradiaba esa belleza interior y su alma era de una gran transparencia, como su corazón pleno de amor y dispuesto a cada momento a entregarse por entero a los demás, sin pensar jamás en sí mismo. En verdad, sólo puedo testimoniar que irradiaba santidad, una santidad palpable.
un santo para antofagasta