Chile, país de poetas, se repite entre los lectores y también en aquellos tristemente más alejados de las letras. Y aquello ha sido recordado tras la muerte de Nicanor Parra Sandoval, el genial artista, matemático y físico.
Hablamos, incuestionablemente, de uno de los creadores más originales de habla hispana. Nacido en San Fabián de Alico, en las cercanías de Chillán, Nicanor es parte de un clan superlativo. Sus hermanos Violeta y Roberto también han dejado huellas indelebles en el arte nacional y mundial.
Hablar de Parra es referirse a las letras y a lo visual en grande, como enormes fueron sus vinculaciones: Enrique Lihn y el tocopillano Alejandro Jodorowsky, entre otros. Afortunadamente se le reconoció en vida su aporte, con el Nacional de Literatura y el Premio Cervantes, recibido por su nieto en 2011.
Conocido y celebrado por la antipoesía, su trabajo exuda originalidad y una impenitente urgencia por escapar de las reglas y los encasillamientos, que es lo que se espera de los verdaderos artistas. Lo tuvimos 103 años entre nosotros, lo que es motivo de enorme satisfacción.
Pero Parra fue mucho más profundo que lo que muchos advertían. Sus antipoemas y artefactos, claro está, tenían humor, pero también una crítica social, que es lo que esperamos de los artistas, y un llamado desde lo más profundo del ser humano. Hizo más grandes las posibilidades del castellano y puso en valor a Chile y su cultura.
Chile ha sido privilegiado con enormes artistas, que han sobrepasado largamente nuestras fronteras y la pequeñez del territorio. Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Andrés Sabella, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Pablo de Rokha, o Vicente Huidobro, por nombrar algunos, nos regalan belleza y un desfile de emociones balsámicas para el alma y la vida.
La gratitud con estos creadores es infinita, tanto como esa sensibilidad con cada estrofa o factura puesta en cada uno de sus artesanales, preciosos e inigualables trabajos.
La sublime labor de los artistas es una de las más altas consecuciones humanas.