Acompáñame, amigo de bondadosa generosidad
En la alegría de un nuevo amanecer junto a la dulzura de mi familia y hogar, acompañado del canto curioso de la araucaria y el cactus, de peces, tortuga y mi querido perruno Beagle, procuro, desde mi pequeña humanidad, descifrar los laberintos de la vida y abrir los surcos fecundos hacia una sociedad hermana que construya un verdadero estado de bienestar colectivo. Intento cada segundo y hasta lo infinito, que en cada rincón que habito, existo y co-existo, que convivamos espiritual y físicamente, en armonía para caminar juntos, bellamente juntos, hacia fines superiores. Invito Antonio, como tú tantas veces lo hiciste, que cada persona, en la paz del Señor, se cuide a sí misma y a su entorno, que lleve el control de sí mismo y de las cosas simples asociadas a la felicidad. Mas, hay instantes como hoy, que siento que ese mensaje no es escuchado. ¡Y esa no escucha entristece!
¿Sabes, doctor forjador de esperanza de los pobres?
En el milagro de un nuevo día, quiero vivir, como Tú lo hicisteis decir, el presente, sin dejar de soñar; sentir la alegría de poder vivir el aquí y el ahora, no ayer ni mañana; porque, vivir pendiente del pasado o del futuro sólo nos vuelve esclavos de los recuerdos y de los anhelos, olvidando la belleza del presente. Por ello, hoy y siempre, mi poesía clama a los que olvidan que hoy debemos hacer la construcción de un mundo bello. Hay instantes que siento que tantos no creen en el milagro del cada día de la vida; que no creen, querido Antonio, en los milagros de la vida viva y esperanzadora de un nuevo amanecer. ¡Y esa incredulidad de tantos, entristece!
¿Sabes, Antonio de la antofagastinidad?
En la diaria existencia y en el devenir en tantas organizaciones políticas, sociales, educacionales, deportivas, medios de comunicación, etc., pareciera que se cultiva el sentimiento negativo, el de la envidia, del odio, se alimenta la violencia y la ira hacia sí mismo y hacia los demás, no se valora a quienes nos marcaron la ruta; pero, santo Antonio, sí olvidan a sus propios progenitores. Olvidan lo que Tú nos enseñaste: que el odio no disminuye con el odio, que debemos ser humildes y perdonar nuestras propias faltas, como las de los demás, que todos merecemos recibir ternura. Y olvidan que el mejor camino hacia la felicidad personal y social es la compasión. ¡Y tanto olvido entristece!
¿Sabes, Antonio, hombre, sabio y justo?
En tus versos descubrí, como el Buda de ayer, que hay tres cosas, el sol, la luna y la verdad que no pueden ocultarse por mucho tiempo. Y yo he visto asomar los rayos de nuestro Sol y la luminosidad de la Luna; pero, tantas veces siento que se pierde la calidez y luminosidad de la verdad. Y se olvidan que más que mil palabras vacías, una sola palabra que pueda traer paz y esperanza de nuevos mañanas. Olvidan, Antonio, que la palabra falsa es como una hermosa flor sin aroma ni significado. Y tantos que viven en la soberbia del poder, olvidan la sagrada respetuosidad a la persona del otro, y no dicen la verdad, ni entregan ternura ni compasión, como Tú nos enseñaste. ¡Entonces aquello entristece!
¿Sabes, hombre santo?
Porque Tú me enseñaste que nadie podrá alcanzar victoria si se ha derrotado a sí mismo; porque Tú me enseñaste que la vida en esta tierra es lucha; entonces, abandonemos la tristeza, a ponernos de pie, a dejar de tejer redes en el suelo, a cruzar a la otra orilla y:
¡Aquí estoy para vestirme de Quijote con el escudo de protección para los que sufren, y la lanza, para disparar mis versos de optimismo y luchar de eternidades… hacia el soñado mundo mejor!