Hace un tiempo atrás, un ex ministro de Hacienda, ante una leve señal de mejor desempeño puntual de la economía del país, se refirió al momento, como que el sector comenzaba a mostrar brotes verdes de recuperación.
Sin lugar a duda, dicha apreciación, no fue más que un optimista deseo del personero y pasó a ser parte del anecdotario político del momento, ya que la economía continuó deprimida, hasta el punto de inflexión generado por el alza del cobre. Al respecto siempre postulé que el gran causante del bajo comportamiento económico se debía, mayoritariamente, al bajo valor de nuestro principal producto exportable.
Actualmente no existe experto económico, gremio ni parlamentario, que no recurra a lo acontecido con el cobre, como el elemento vital, para justificar la recuperación económica que se aprecia. Tanto el Fondo Monetario Internacional, que acaba de alzar la proyección de crecimiento del PIB a un 3,4%, como dirigentes de la talla de Diego Hernández, presidente de Sonami, ponen énfasis en que el país afronta mejores perspectivas, dado al alza que han experimentado las materias primas, en especial el cobre.
En resumen, la tan esgrimida desconfianza privada como culpable del bajo crecimiento económico fue una falacia muy bien orquestada.
Lo anterior no quiere decir que no reconozca que la poca confianza de la ciudadanía no haya sido una sensación realista, por cierto que no, pero este descontento, que por lo demás, aún cuenta con una onda expansiva nunca antes vista, que afecta a la gran mayoría de las instituciones, nunca tuvo la relevancia que se le otorgaba.
Para muestra un botón ¿qué gran proyecto privado, nacional o regional, capaz de haber revertido la tendencia económica del país, no se concretó por falta de confianza? Me atrevo a señalar que ninguno.
Lo anterior lo baso con un reciente informe, que dio a conocer la Cámara Chilena de la Construcción, fundado en un análisis de la Corporación de Bienes de Capital. Este estudio da cuenta de la existencia de 140 proyectos regionales de inversión, con un costo aproximado a los US$ 50.000 millones, de los cuales la energía más la minería acaparan nada menos que el 95% del total. Dos sectores que crecen cuando el mineral extraído tiene buen precio en el mercado, como hoy el cobre, o cuando las condiciones de la naturaleza le otorgan condiciones favorables, como las energías no convencionales.
Ahora bien, algunas de estas inversiones ya se están concretando, otras comenzarán luego y a futuro surgirán muchas más, todo esto, independiente del clima interno, donde a los inversionistas, particularmente foráneos, solo importa la institucionalidad vigente en el país y las ventajas competitivas de su negocio.
El enclave exportador es aquel modelo de desarrollo caracterizado por la existencia de una faena productiva con mínimos encadenamientos y compromisos con el territorio y comunidad en la cual está inserta. La historia chilena nos enseña que este modelo, muy representativo de la industria nacional en décadas pasadas, no sólo no maximiza las potencialidades de progreso, sino que su típico legado han sido ciudades y regiones no solo absolutamente carenciadas sino que con grandes pasivos para su crecimiento futuro.
Afortunadamente, en la década de los años noventa, en nuestro país y, particularmente en la Región de Antofagasta, empieza a instalarse y perfeccionarse un nuevo modelo de desarrollo, se trata de aquel caracterizado por el reconocimiento de responsabilidades y compromisos con las comunidad y territorio en la cual se localiza la inversión.
Es la industria minera, la que en forma pionera sorprende con esta nueva práctica empresarial que, por supuesto, recibe todo el apoyo y reconocimiento de la comunidad.
No caben dudas, y es reconocido por todos, que el desafío histórico no es solo mantener sino que profundizar y perfeccionar este modelo. Sin embargo, los hechos nos demuestran que existen situaciones de entorno cuya administración inadecuada conspira contra las bases de este modelo virtuoso.
Como ejemplos de estas situaciones, se pueden señalar a las crisis económicas y a ciertos desarrollos tecnológicos. En efecto, la administración de las crisis muchas veces significa minimizar o lisa y llanamente eliminar los objetivos, políticas y proyectos de creación de valor compartido con la comuna y región respectiva.
Por su parte, la aparición de nuevas tecnologías; por ejemplo, la factibilidad de operaciones remotas, se incorporan a la empresa o se administran sin considerar el desafío del desarrollo social, económico e institucional de las comunidades de acogida. El reto del manager eficiente es incorporar estas tecnologías integrando y compartiendo el valor con la comunidad regional. No hacerlo es no entender el nuevo rol de la comunidad regional en la creación de valor sustentable para la empresa.
Los presidentes o gerentes de empresas tienen la misión de asegurar el progreso compartido entre los accionistas y comunidad regional cualquiera sea la coyuntura o contexto externo que la empresa esté enfrentando. El progreso compartido es un principio que debe cumplir toda empresa y gestión moderna, se podrá y seguramente se tendrá que ajustar a las circunstancias, pero ya no es posible pretender sacrificarlo a pretexto de la coyuntura que se esté viviendo. "El nuevo sistema de creación de riqueza así lo exige".
Carlos Tarragó
Presidente Corporación Proa
Fernando Cortez
Gerente general de la Asociación de Industriales de Antofagasta