Las imágenes de reos del penal Santiago I agrediendo y torturando a dos acusados del asesinato de una mujer de 41 años, resultan impactantes y solo deberían causar indignación. Pero sabemos que no es así.
Y eso es una de las cosas terribles de la compleja sociedad actual.
Buena parte de los comentarios realizados en redes sociales y otros asociados a la noticia celebraron los hechos, dando cuenta que la lógica del "ojo por ojo" sigue teniendo un peso enorme en nuestra cultura.
Es cierto, estos imputados y otros que están en otros recintos aparentemente cometieron un crimen brutal: El homicidio de una mujer indefensa para robarle un teléfono celular y 5 mil pesos; después de eso, parecían celebrar el daño ocasionado.
¿Es esa sangre fría la que detonó la violenta respuesta de los otros presidiarios?
Al respecto, Hernán Larraín, ministro de Justicia dijo que "todas la a personas, incluso las que cometen graves asesinatos, tienen derecho a la justicia y al trato digno".
Luego de que se "viralizara" el registro de la agresión, que incluía golpes y descargas eléctricas a los acusados, desde Gendarmería anunciaron un sumario administrativo e informaron que los internos agredidos fueron trasladados a la Unidad Especial de Alta Seguridad para proteger su integridad, mientras que la Fiscalía Centro Norte inició una investigación.
La situación es de temer en relación a lo que ocurre al interior de los penales. Queda la impresión que allí se viven reglas paralelas, códigos que solo se experimentan en tales recintos y donde la justicia no puede extender su mano.
Asimismo, no parece plausible tratar de entender estos hechos por el tipo de delito cometido o por creer que servirá de escarmiento para otros delincuentes.
La democracia, el respeto a los DD.HH. también debe concretarse en casos como éstos. Por eso tenemos una estructura, donde el Estado, a través de sus distintas reparticiones se encarga de intentar resarcir los daños ocasionados.
Justificar cualquier otra forma es caer en la simple barbarie completa y absoluta.