Estación Valdivia
Camino por calle Valdivia. Me detengo para observar el hermoso edificio de la Estación. Me traslado a un tiempo de infancia en que cada viaje era una aventura. Y hoy cada viaje es un recuerdo de quienes ya no están físicamente con nosotros, pero sí viven en el alma:
No recuerdo el año. Pero sí que son las seis de la mañana, y entramos corriendo a la estación. Está oscuro. El abuelo Bartolomé y mi padre se las arreglan para cargar los bultos y a mis hermanos menores cruzando entre la marea de gente. Comienzan a meter las maletas por las ventanas (dicen que para ganar asiento). Alguien grita ¡No, ese carro no va! Sacan las maletas del carro, las meten en otro…alguien abre la puerta… se llena en cuestión de minutos. Ya no hace tanto frío. ¿A las ocho parte? ¿Y no se atrasa? preguntan los primerizos…
Al parecer nos hemos quedado dormidos. Despertamos cuando el tren está en marcha, nos mece y adormece la música de los rieles. Los mayores recordamos viajes de años anteriores…¿Papá, ya pasamos Pueblo Hundido?. La gente conversa, comparte trutros de pollo, sándwiches, huevos duros. Les dan preferencia a los niños en la cola para usar el baño. Nuestra madre vuelve de una larga caminata hasta el coche comedor donde consiguió agua hervida para la mamadera de la guagua.
Nos explican que van a cambiar la máquina Diesel por una locomotora a carbón. No entendemos mucho de qué se trata, pero escuchamos cada detalle. Pegados a la ventana contemplamos el enorme desierto pasando ante nuestros ojos como una película en cámara lenta. Estamos en el estómago de este enorme y largo gusano. Su aliento negro y espeso sube y se enreda con las nubes. Absortos, maravillados, con la nariz pegada en el vidrio, paladeamos nuestra corta infancia…
Qué hermoso sería para Antofagasta que se pudiese restaurar este edificio de la Estación Valdivia y Cocheras F.C.A.B. Es bello. Su ubicación, excelente. Su pasado, un tesoro que las nuevas generaciones merecen conocer.
Cecilia Castillo