Tú no tienes fin
Andrés Sabella escribe en verso fino, sin esfuerzo aparente, como jugando con las palabras de manera dichosa. Ved, por ejemplo, con que estilo confiesa sus anhelos:
"Ser cochero de nubes/compartir contigo/la sombra del viento".
Por eso, entonces:
"Mi cabeza está llena de ciudades/ que cambian de rostro/ciudades de una vez/
donde los relámpagos aprenden los relinchos del potro / y el cielo se deshace en máscaras".
Es la causa de una suave y profunda oniromancia.
"Escorpión de plata/ lucho con el viento/Si ahora lo venzo/
haré que en mis huesos/ confunda sus arpas."
El viento siempre está presente en el genio del poeta, sin descuidar, desde luego,su instancia pasional, a la vez secreta y eterna.
"Al acercarme a tu mejilla oscura/ a tus pechos que lamen mis pensamientos/
Recuerdo otra alcoba/ otra tú misma, desnuda en la noche de las arenas/
Cuando yo traía el viento en las banderas"
O, en esta otra gema, destinada para Elba Emilia:
"El día nace de tu frente alada/ donde comienzan las nubes del cielo/
de los niños / las nubes que no duermen".
Andrés Sabella se precisa de este modo como un delicado orfebre de su arte. Todo lo que hace ambiciona ser una sombra perfecta, en feliz indigencia de cualquier reparo. Es lo que se saborea en su entera poesía, y ahí va otra prueba al canto para demostrar lo que señalo:
"Toco tu cabellera de relámpago joven/tu cabellera, el valle de los pájaros, / tu ola desgarrada/
tu cabellera entreabierta por el tiempo/ en cuya luz deliran el cuervo y el carbón / tu cabellera olorosa a crepúsculo de cielo, / laberinto del viento"
Volcado en esta magia, ceñido a ella, el poeta se da tiempo para saludar a los amigos, como lo hace con Pedro Olmos, pintor de cuadros perennes, o al fantasma preferido de Carlos Pezoa Véliz.
Me apuro entonces en decir que paga mi pena leer y poseer este libro admirable de Andrés Sabella.
Pickwick
Raúl Morales, Santiago, 1982