Hace unos días participé en una jornada de reflexión en el Instituto Santa María. La pregunta era: Cómo construimos una identidad local en una Antofagasta globalizada. Una tarea compleja, innegablemente debemos mirar hacia el pasado y reconocernos para poder ser capaces de crear futuro.
La identidad, nuestra circunstancia de ser, está determinada por nuestra historia y entorno, por este territorio, por sus texturas, colores, iconos y costumbres. Es nuestra identidad cultural la que nos congrega, haciendo referencia a una serie de características que nos transforman en comunidad y desde esta concepción construimos futuro, priorizamos nuestras necesidades y acciones.
Muchas veces hemos escuchado que quienes habitamos Antofagasta no tenemos identidad, lo que es contradictorio, porque podemos comprobar que estamos rodeados de historia, lo que qué sucede es que desconocemos nuestros cimientos, aquellos hitos en que convergemos. Nos es tan habitual el entorno en que vivimos, que no nos detenemos a observar.
Estamos inundados de patrimonio, no sólo edificios y esculturas, también espacios y tradiciones que son parte de nuestro cotidiano y van adquiriendo significado en la medida que somos conscientes que nos pertenecen.
Bien podemos establecer un listado de representaciones imperdibles, cuando de transmitir lo que es ser antofagastino se trata: los atardeceres anaranjados, el Mural de casa Gibbs, la Biblioteca Regional, la postal que forman los botes en el terminal pesquero, la fiesta de San Pedro, el clima templado, el balneario en invierno, la Portada, Coloso, las Ruinas de Huanchaca, la Mano del Desierto.
Cuando me detengo a mirar esta ciudad que habito, pese a que me gustaría con más vegetación, menos contaminación, más limpia, con mejor transporte público y menos congestión vehicular; también pienso que es la ciudad donde he construido mi hogar. Entonces la observo con amor y pongo en práctica el levantarme cada día con el afán de aportar a hacer de Antofagasta una mejor ciudad, es un granito de arena, es sonreír y ser amable, es no ensuciar, es coordinarme con los vecinos para arborizar alguna calle, es estudiar su historia y compartirla, es aportar a las soluciones desde la acción.
Es ser agradecida con esta tierra que me sustenta, con quienes me antecedieron, miles de hombres y mujeres que doblegaron la aridez para trazar calles, canalizar el agua, emplazar la electricidad y en 150 años lograron construir la ciudad que hoy nos cobija.
Pamela Ramírez
Directora ejecutiva de Proa Antofagasta