Mártires de una guerra que no fue
HISTORIA. El conflicto del Beagle movilizó tropas en todo el país; unas cinco mil en nuestra región y aunque no hubo combate, sí hubo víctimas fatales: Cuatro soldados perecieron en la zona y un número indeterminado en el país.
"Aún puedo ver el tren partir y tu triste mirar esconde aquellas lágrimas. Volveré. Cómo podré vivir un año sin tu amor. La carta dice espérame, el tiempo pasará, un año no es un siglo y yo, volveré. Oh que difícil es vivir sin tu amor".
Hay que hacer un gran ejercicio de imaginación para llevar a la mente un vagón repleto de reclutas del Ejército de Chile cantando esta canción mientras viajan entre La Serena y Antofagasta con un destino incierto. Es el año 1978, casi todos tienen 18 años, están en la plenitud de sus existencias y muchos son inconscientes que van directo a la guerra.
Parece humor negro que los reclutas entonaran una canción del bonaerense Diego Verdaguer, pero era uno de los hit radiales de aquellos años en que las poblaciones de Chile y Argentina eran gobernadas por las dictaduras militares de Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla.
A cuatro décadas de ocurridos los hechos, todos celebran que primó la paz, pero muy pocos saben que sí hubo víctimas: Cuatro en esta región.
Marcos Díaz Olguín, Aldo Robles Muñoz, Héctor Juica Rojas y Reinaldo Trigo Ceballos tenían 18 y 19 años, pertenecían al desaparecido Regimiento Blindado N°2 Libertadores y ellos son los mártires más desconocidos del conflicto limítrofe acaecido hace 40 años.
Sus historias recién han salido a la luz, a propósito de la conmemoración de una fecha que pudo cambiar para siempre el destino de ambos países.
Precisamente ayer se recordó una data dramática: el 22 de diciembre de 1978 la escuadra trasandina se dirigía hacia la zona del canal Beagle, en el extremo sur del continente, para iniciar las hostilidades, fundadas en la exigencia de soberanía de las islas Nueva, Picton, Lenox, Gratil, Augustus, Snipe, Becasses, Gable y otros islotes.
Sin embargo, el mal tiempo impidió ese tránsito y esas horas permitieron que el cardenal Antonio Samoré y el Papa Juan Pablo II convencieran a la Casa Rosada de sumarse a la petición chilena de someterse a un nuevo arbitraje, luego de que Buenos Aires declarara "insubsanablemente nulo" el dictamen de Su Majestad la Reina de Inglaterra en 1977.
Mientras eso ocurría, miles de jóvenes soldados de carrera y la mayoría conscriptos voluntarios, estaban desperdigados a lo largo de 4 mil kilómetros de la frontera. En nuestra Región se estima que unos 5 mil se estacionaron en la zona de San Pedro de Atacama, esperando el ataque por aire y tierra desde Argentina y posiblemente desde Bolivia y Perú, en meses que jamás olvidaron.
El camino
Félix Vallejos Leiva, Exequiel Perkins y Ricardo Santander conocieron a las cuatro víctimas. Los tres fueron soldados voluntarios y ninguno sospechaba la magnitud de la decisión que estaban tomando.
Vallejos nació en Tocopilla y en 1978 cumplía los 18 años cuando se encontraba en Tierras Blancas, cerca de La Serena y se presentó al Regimiento de la ciudad, pero no contaba con que sería rechazado. Apenas tenía tercer año básico cursado, pero insistió varias veces, hasta que fue ingresado.
Perkins, nacido en Antofagasta, ciudad en la que vivió hasta los 15 años, se marchó luego a La Serena, donde fue llamado a la conscripción, pero se presentó en Antofagasta.
Santander era de Vicuña, Región de Coquimbo, y fue hasta el Regimiento de La Serena.
Las sorpresas llegaron con apenas una semana. Al interior del recinto la mayoría tomó conciencia de la amenaza bélica, algo desconocido para la inmensa mayoría de los chilenos.
A diferencia de Argentina, en nuestro país hubo mucho sigilo del asunto. En la prensa se decía muy poco, mientras allende Los Andes se apuraba un sentimiento antichileno y ejercicios como apagones y desfile de fuerzas armadas daban cuenta del ánimo.
Así las cosas llegó el 3 de abril de 1978, mientras el contingente en La Serena estaba convencido que sería enviado al sur, a la zona roja, poco antes de hacerles abordar el tren, se les avisó que su destino era Antofagasta y les entregaron una bolsa con pan, huevos duros y nada de abrigo para el viaje de casi tres días, que cada cierto tiempo sumaba más reclutas en los pueblos que recorría el Longitudinal.
- Recuerdo el frío y el hambre, dice Vallejos.
- En algún momento del viaje cantábamos "Volveré", rememora Santander.
Bajaron en La Negra y aquel fue otro golpe de realidad.
La bienvenida del Ejército fue severa y contundente, para dar paso al transporte en camiones hacia nuestra ciudad y aquí iniciar la instrucción.
La disposición estaba determinada por el nivel de estudios y las capacidades de cada uno. Vallejos, por ejemplo, se presentó como "ayudante de conductor", lo que derivó en que quedara en la compañía Logística del Blindado.
"Charchazos", patadas, gritos hubo y mucho. Todo fue rudo, pero todos parecían comprenderlo. La situación era límite y necesitaban prepararse rápido para un escenario que, a todas luces, podía ser catastrófico. En la práctica tenían tres meses para aprender lo que en condiciones normales requería un año.
Chile sufría la enmienda Kennedy, la cantidad de armas era mínima y antigua y se enfrentaban a un adversario que fácilmente les superaba en una relación de 2,5 a 1. Los fusiles que portaban eran unos viejos Mauser, otros Galant y un SIG para toda una compañía compuesta por unos 60 soldados.
Así comenzaría el traslado a la zona cordillerana, no sin antes cumplir con un par de detalles que ahondaron en la gravedad del asunto.
Todos debieron firmar un testamento y les entregaron una placa- collar que contenía los siguientes antecedentes: Nombre completo, RUT y grupo sanguíneo. Así, conscriptos provenientes desde Arica hasta Chiloé iniciaron en camiones un viaje con final incierto hacia la frontera.
Sobrevivir
Los equipos de sobrevivencia eran básicos, pero el ánimo parecía suplir cualquier cosa. Portaban una carpa para dos personas y comenzó la instalación en las afueras de San Pedro, con orden de sobrevivir y esperar órdenes. Algunos estaban más arriba, enterrados en los límites, movilizándose de manera permanente, preparándose para repeler la invasión, porque todos tenían claro que Chile no atacaría.
Los patrullajes en nuestra región consideraban desde Ollagüe hasta Huayquitina, lo que puede dar cuenta de las dificultades operativas.
Consultada la I División de Ejército, explicó que efectivamente se desplegaron cerca de cinco mil hombres en la zona jurisdiccional (Región de Antofagasta). El desarrollo fue más o menos así:
Mientras uno de los batallones del Regimiento de Infantería N° 7 "Esmeralda" se concentró en la zona de Monturaqui; el Regimiento de Infantería N° 15 "Calama", desplegó dos batallones: uno en el sector Aguas calientes, Huaitiquina y Laguna Lejía y el otro en los sectores de Conchi, salar San Martín, Ascotán, San Pedro de Atacama y paso Cajón.
También acudió a la zona parte del Regimiento de Infantería Motorizado N° 23 "Copiapó", que desarrolló operaciones en el sector de Huaitiquina, para defender el flanco sur en el sector del paso el Overo. Además, medios blindados del Regimiento Blindado N° 2 Libertadores, se instalaron con sus tanques y carros en una posición más retrasada a fin de reaccionar ante una penetración adversaria en el sector.
Un papel importante desarrolló el Regimiento de Ingenieros N° 1 "Atacama", tanto en la preparación de posiciones de defensa, como también sembrando campos minados en las posibles direcciones de aproximación del adversario. Tras las líneas de la Infantería, se desplegó la artillería correspondiente al Regimiento de Artillería N° 5 "Antofagasta", a fin de brindar el apoyo de fuego general necesario, conforme las necesidades de las unidades de primera línea.
Finalmente, el Regimiento de Telecomunicaciones N° 1 "El Loa", tenía por tarea mantener enlazadas todas las unidades y al mando de la división con los escalones superiores, de acuerdo a las precisiones hechas por la I División.
No fue lo único. Otros consultados que participaron de las acciones, reconocieron que se dispuso de material bélico más allá de nuestras fronteras, a fin de hacer efectivo un posible avance en ese territorio. En la frontera con Bolivia se repitió lo mismo, pero se agregó la siembra de minas antitanques y antipersonales, muchas de las cuales permanecen en sectores cercanos a San Pedro.
Instalados en la zona de Hito Cajón, dispusieron de numeroso equipo que enterraron y mimetizaron durante meses.
Con poca agua y comida, bajaban a acuartelarse a Antofagasta cada dos o tres semanas.
Para el caso de Argentina, lo que se sabía es que el avance se produciría el 22 de diciembre con acciones destructivas en la zona norte, pero no para quedarse, porque el foco trasandino estaba en las islas del sur. Así que la tarea del Ejército chileno era esperar y luego contraatacar para avanzar.
La espera y la muerte
En esas esperas aparecieron los mártires, todos caídos en desafortunados accidentes (ver recuadros).
Marcos Díaz Olguín, pereció en los entrenamientos en procedimientos de combate, en Antofagasta, el 17 de junio de 1978.
Santander afirma que viajaron juntos en el tren desde La Serena y lo recuerda como una hijo de pescadores, humilde, esforzado y tranquilo.
Aldo Robles Muñoz, cayó en medio de los momentos más álgidos, luego de ser aplastado por un camión el 24 de noviembre de 1978, en el sector del Pozo 5, Vilama. Santander llora recordando el hecho. Era ayudante de chofer, tenía primer año medio, trabajaba con el camión aljibe y en uno de los viajes el camión quedó enterrado. Se bajó, daba instrucciones para sacarlo y este mismo lo aplastó.
Robles era callado y tímido, según lo cita Perkins.
Santander tiene otra imagen: No me olvido del rostro de su madre cuando lo trajimos a Antofagasta, le hicimos una guardia y luego lo llevamos al Cementerio. Años después me encontré con su hermana quien me dijo que sus padres murieron con ese dolor.
Quizás más tristes son los dos casos restantes, cuando la posibilidad de las hostilidades ya había desaparecido por la labor conciliar del Pontífice.
A Héctor Juica Rojas le cayó una pieza de artillería, mientras viajaba en un camión que desbarrancó en la cuesta "Las Salinas", en San Pedro de Atacama, el 13 de enero de 1979.
Reinaldo Trigo Zeballos es la última víctima. Perdió la vida en un accidente ocurrido durante el desarrollo de entrenamientos de procedimientos de combate. Al parecer se le escapó un tiro accidental, el 20 de enero de 1979 en el sector de Vilama, San Pedro de Atacama
La paz
Afortunadamente llegó la paz. Y no deja de ser sorprendente que no hubiera fugas o deserciones, o miedo a pesar de las enormes diferencias. Perkins, Santander y Vallejos destacan que el buen ánimo era generalizado. No había miedo y sí muchas ganas de comenzar las hostilidades.
- El orgullo de nosotros era el peso de la historia, el peso del soldado chileno. Por eso nadie se escapó y nadie criticaba, cita Vallejos.
Todo comenzó a terminar el 22 de diciembre, el "Día D" de la invasión. El teniente Osvaldo Ferrada Campos, que poco antes les había adelantado que la crisis estaba a minutos, ahora los reunió para informarles que se retomaban las conversaciones bajo la tutela del Vaticano.
Entonces comenzó la retirada, aunque hubo muchos, como Santander, que debieron pasar la Navidad y el año nuevo en la frontera, para recién bajar en febrero a Antofagasta.
Años después, la intervención del Papa Juan Pablo II evitó la guerra y condujo una mediación que llevó a la firma del Tratado de Paz y Amistad el 29 de noviembre de 1984, solo entonces todo fue solucionado.
La experiencia los marcó para siempre.
Esos mismos exconscriptos que estuvieron instalados en la zona comenzaron a reunirse para recordar esos meses. Primero en La Serena y luego en Antofagasta, como simples amigos. Hicieron un grupo en Whatsapp con el que se comunican y han conseguido juntarse en varias ocasiones.
Se bautizaron como "Grupo de veteranos 78- 79 Aldo Robles Muñoz", en honor a su camarada caído, reunieron fotografías, historias y todo lo que pudieron de aquella época, siempre con el objetivo de relevar su experiencia y contar que sí hubo víctimas.
Y lo consiguieron.
Un punto cúlmine fue la instalación de un memorial en la Brigada Acorazada la Concepción de Antofagasta, recién a inicios de mes. Allí se juntaron los que pudieron junto a sus esposas y recorrieron el lugar. Lo sienten como un reconocimiento del Ejército a su enorme rol en aquellos años.
Ricardo Santander lo resume todo de esta forma:
- Estos cuatro mártires se habían olvidado y nosotros los hemos revivido. Estos cuatro jóvenes dieron su vida por la Patria… No éramos funcionarios de planta del Ejército, éramos simples chilenos y eso nos llena de orgullo. Lo único que buscamos es que se reconozca a estos mártires.
Marcos Díaz Olguín
Pertenecía a la I Compañía de Tiradores. Según la I División de Ejército, el deceso ocurrió en un accidente durante el desarrollo de entrenamientos en procedimientos de combate, en Antofagasta, el 17 de junio de 1978
Aldo Robles Muñoz
Murió luego de ser aplastado por un camión el 24 de noviembre de 1978, en el sector del Pozo 5, Vilama en San Pedro de Atacama. Era ayudante de chofer, tenía primer año medio, trabajaba apoyando labores de un camión aljibe.
Héctor Juica Rojas
Perteneciente a la compañía de Plana Mayor, le cayó una pesada pieza de artillería, mientras viajaba en un camión que volcó en la cuesta Barros Arana el 13 de enero de 1979, momentos en que se desarrollaba la mediación.
Reinaldo Trigo Zeballos
Perteneciente a la Compañía de Tiradores, murió producto de un accidente ocurrido durante el desarrollo de entrenamientos de procedimientos de combate, un hecho ocurrido el 20 de enero de 1979 en Vilama.
"Existió personal que perdió su vida en accidentes... de la instrucción y el entrenamiento... Lamentables... que al igual que estos cuatro jóvenes, son consideradas 'Fallecimiento en Acto del Servicio'".
I División de Ejército"