Una de las transformaciones más importantes en la educación mundial ha sido la considerable ampliación de los estudios universitarios. Al comenzar el siglo XX, en gran parte del mundo hablar de universidad era referirse a una educación superior de élite. Hoy, la situación cambió, porque su acceso se ha masificado.
Hace ya casi un siglo José Ortega y Gasset definía los objetivos de la institución en su obra Misión de la Universidad, destacando tres ejes centrales: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura. Si analizamos la realidad actual, vemos que existe una clara asimetría en el ejercicio de esas tareas.
La confección de los rankings internacionales y los incentivos académicos están puestos, principalmente, en la investigación, lo que ha llevado a una concentración en ese ámbito de la vida académica, sobre la formación de los estudiantes o la entrega en la docencia, tarea tradicional del profesor.
La paradoja de la universidad hoy muestra dos dimensiones principales. La primera es que vive el mejor momento de su historia: tiene más recursos, más investigación, más estudiantes acceden a sus aulas, hay intercambio mundial de profesores y alumnos, el conocimiento circula como nunca antes y hay una evidente estandarización de calidad hacia arriba. Sin embargo, advertimos algunos problemas que es conveniente precisar: cierta mercantilización de la vida académica (a través de diversos incentivos que orientan las prioridades), la excesiva fragmentación del conocimiento y la disminución de preocupación por la formación personal de los estudiantes.
Debemos añadir otros tres problemas institucionales. La coexistencia -dentro del sistema- de buenas universidades con otras que son malas o apenas tienen el nombre de universidad, problema presente en sistemas universitarios europeos o latinoamericanos, incluso en Estados Unidos.
La insuficiencia endémica de recursos, cualquiera sea la fuente principal de financiamiento de las instituciones, sea estatal o privada: la tarea universitaria es cada vez más cara y la sociedad no siempre comprende la necesidad de esta inversión. La decadencia de la pasión cultural, de entender la universidad como una vocación y no simplemente como un lugar donde obtener un título profesional.
Las universidades del siglo XXI no deben buscar la solución a sus desafíos en las luces artificiales que aparecen en el camino, ya que cualquier progreso debe anclarse en sus raíces: sus profesores y sus estudiantes. Después de todo, como sostenía hace algunos años Juan de Dios Vial, rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1985-2000), los profesores y los estudiantes son los ladrillos principales con los cuales se edifica una auténtica universidad.
Alejandro San Francisco
Director del Instituto de Historia USS