Ya han pasado varios días de la visita que el Presidente Sebastián Piñera hiciera a Cúcuta, Colombia, para ayudar en la entrega de material humanitario a los afectados de la crisis que vive Venezuela, un país sumido en una crisis profunda que costará años resolver y que, como casi siempre, terminan pagando los que menos tienen.
El daño producido a la que fuera la nación más rica del continente es enorme, serán varias generaciones terminarán pagando las consecuencias y lo que es peor, aún no es distinguible una solución de corto plazo, peor aún la profundidad de la crisis no parece tocar fondo, lo que tiene ejemplos en el deterioro de las libertades y la severa crisis energética.
Con todo, y a la luz que comienza a dar el tiempo, debe decirse que la decisión de La Moneda -viajar a Colombia- no fue la más correcta.
Parafraseando a Henry Kissinger, exsecretario de estado norteamericano, nada se nos ha perdido en Caracas o alguna otra ciudad bolivariana.
Sostener que el viaje fue un error no tiene que ver con el incumplimiento del objetivo, sino con la audacia de una decisión que pudo tener consecuencias lamentables, especialmente entre los civiles venezolanos.
Una cosa es censurar el régimen de Nicolás Maduro y otra muy distinta es pretender hacer caer ese gobierno, una cuestión completamente diferente, que no representa a nuestra tradición. Una situación de este tipo no cae en la inexperiencia de la Cancillería, es lisa y llanamente una torpeza de proporciones.
Debe repetirse: el hecho pudo terminar muy mal. Que no hubiera víctimas fatales fue providencial, absolutamente circunstancial, pero era un escenario que ya se advertía teniendo en claro los mensajes previos de Maduro y otros altos dirigentes.
Que no hay democracia en Venezuela es un hecho, que hay problemas de libertades, de acceso a comida y medicamentos, también, pero eso no nos puede confundir o cegarnos respecto a lo que es más correcto hacer.
Las relaciones con los restantes países exigen mucha mesura y el gobierno chileno falló aquí.