La muerte cercana…
De repente aparece en nuestras vidas… No la esperamos, no nos interesa… pero llega, con su carga de dolor…Nos desgarra, nos aniquila. La muerte, artera, traidora, ha llegado a romper la armonía de nuestras vidas. ¿Qué genio maléfico creó la Muerte?
Andrés Sabella tuvo que entender con dolor que a Mamá no la vería más.
"Hasta el fallecimiento de mi Madre ignoré qué era la Muerte. Mi primera noción de ella entró en el rostro de mi padre, cuando, de alba, un domingo, con varonil tristeza, me dijo: 'Mamita se fue'. Este ´se fue´, desgraciadamente, escondía una dura traducción: 'murió´… Y, después, al ver que todos los niños tenían mamá, menos yo, entendí con dolor, lo que ella, la Muerte, me había arrebatado"
"En enero de 1920, cuando sólo tenía siete años, falleció Carmela Gálvez, mi madre. Padre me abrazó y me dijo: "Nos quedamos solos", ahogando un profundo sollozo. La Muerte, odiosa, oscura, se había llevado a Mamá. La soledad me llevó a la añoranza, la introspección, la nostalgia.
"Madre,/No existes hace tiempo,/ pero tus pupilas/
están cautivas en mi alma,/ y tu alma en mi vida./Soy tu hijo"
"Yo podría asegurar que mi padre, Andrés Sabella Signora, murió en acto de servicio, porque falleció mientras se lavaba las manos. En esta conciencia de mantener sus manos limpias, anduvo entera la vida y, mojadas, las mostró a la Muerte. No dejó testamento. Para mí, el testamento, sin embargo, existió: fue el acto ritual de su último instante. Allí, me trazó la enseñanza de sus desvelos: el hombre debe tener limpias las manos, limpias de cadenas y suciedad. Las manos del hombre deben lucir diáfanas, dispuestas a trocarse en cristales, por su transparencia. las manos de mi padre: procuraron servir siempre a los demás. Al final, se las lavó, seguro que la jornada terminaba para siempre y era hora de premiarlas con el frescor del agua purificadora.
"Quise que mis manos escribiesen lo que pudiera engrandecer el corazón humano. En esta faena inclinaré la cabeza para el sueño, cuando la Muerte me llame."
"Si he de morir en tu heredad, yo quiero/ tu sombra de fantástico velero/ para mortaja de mis cales rotas".
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta