Adiós a la "Reina del Pacífico"
El "Reina del Pacífico" era un barco imponente, entero de blanco, con dos chimeneas amarillas, que recalaba en Antofagasta cada tres meses, cubriendo la ruta Liverpool - Valparaíso. Era un trasatlántico, de la Pacific Steam Navigation Company, cuyas siglas inspiraron la suspicacia de los chilenos. Se decía que las iniciales "P.S.N.C." advertían a los pasajeros que "Pésima Será Nuestra Comida", ante lo cual los ingleses se defendían, argumentando que… "Peor Será No Comer".
Fondeaba acoderado en el puerto, frente al Sitio "C" del malecón de costa. Los pasajeros eran embarcados desde las chazas que existen en el Sitio 1 del molo de abrigo. Esa maniobra la cubrían los desaparecidos "lancheros", en sus marineras embarcaciones.
El barco fue botado en 1930 en astilleros de Belfast y tuvo un nutrido historial. Transportó tropas en la Segunda Guerra Mundial, encalló en Bermudas y volvió al servicio de pasajeros en 1947, luego de someterlo a reparaciones y desartillarlo.
Su último zarpe desde Antofagasta, fue en mayo de 1958. Era de noche y fue la única vez que vi brulotes en nuestra bahía. Encaramados sobre el techo de mi casa, escuchamos los pitos de los vapores surtos en el puerto y los que estaban a la gira. Era el último adiós al "Reina del Pacífico". Tiritando, pero lleno de interés, disfruté -emocionado- los resplandores rojos que iluminaban el albo casco del buque. Los remolcadores "Kathe" y "Berta" del FCAB, tiraban dos viejos lanchones cargados con salnatrones y otros combustibles, que ardían de lo lindo, con llamaradas impresionantes. Uno por cada banda y a un cable de distancia del buque que despedían.
La enseñanza vino al día siguiente, cuando conté el episodio a una dama griega que vivía frente a mi casa, en calle Porras. La señora Zohe fue clarísima. "Esos eran brulotes… Se llamaban también "fuegos griegos" y se usaron en los combates navales en el Mar Egeo y el Mar Jónico… Lee la historia y lo comprobarás" -me dijo.
¡Aprendida la lección señora Zohe…! ¡Dónde quiera que hoy esté…!
Jaime N. Alvarado García