Para que no queden dudas, debe decirse, enfáticamente, que el desarrollo conseguido por distintas industrias en el país se debe, sin duda, a las ventajas naturales que existen a lo largo del territorio, como la minería, la industria del salmón, del vino o la forestal. Sin embargo, ninguna de aquellas características resultaba relevante si Chile no hubiese contado con reglas claras para la inversión, certeza jurídica y sobre todo paz social.
Hay otros países que tienen enormes capacidades para hacer minería, pero no han podido desarrollarlas debido a la emergencia de conflictos sociales de todo tipo. Si Chile hizo la diferencia es porque logró ser un destino atractivo para los inversionistas.
Por eso es tan grave lo que ocurre en La Araucanía, donde distintos ataques a la fuerza pública y privados, han dañado enormemente la convivencia al punto de que esa zona del país es la que registra la más baja inversión nacional y extranjera (salvo la pública) y consecuencialmente padece los peores indicadores de ingreso y pobreza, entre otros.
Antofagasta está en el otro extremo, por los enormes desarrollos en minería y energía, aspectos que deben cuidarse. Perder la imagen que tenemos no es tan difícil si seguimos tolerando la violencia en las calles. Los recientes ataques al Fcab son simbólicos en tal sentido, tal como lo fueron y son aquellos centrados en las AFP, farmacias, bancos y otras instancias privadas.
El daño a la reputación es enorme, pues no se trata de saqueos, como ocurre con supermercados y tiendas, donde parece actuar el lumpen; en estos casos, las acciones tienen un significado político, pues no hay "retribución" de por medio, sino lisa y llanamente destrucción que tiene repercusiones en los negocios.
Antofagasta ha sufrido acciones de destrucción desde el 19 de octubre y no han parado. La falta de resguardo policial se ha hecho evidente y está instalada la percepción de un descontrol causado por una minoría que -no nos engañemos- no busca ningún diálogo y no es representante de la mayoría nacional, salvo de ellos mismos.
Antofagasta no es cualquier región, es una de las caras más visibles del país en el extranjero por el nivel de las compañías aquí instaladas. El Estado central debiera tener esto muy claro y de esa forma reforzar la seguridad que se ha visto tan deteriorada desde mucho antes del inicio del estallido social.