Compartir la carga mental
"Bien por el hombre que barre, que pasa la aspiradora, que hace las camas, que limpia, ordena, pone la mesa, compra las provisiones, lava la loza, y algo más". Raúl Caamaño Matamala, Profesor, Universidad Católica de Temuco,
No es necesario decirlo, ni atribuirlo a modernidades. El hombre, el de hoy, el de ayer, es, ni más ni menos, el mismo en sus atributos físicos; sin embargo, sí ha cambiado en sus atributos sociales, emocionales, afectivos; es otro, o está en tránsito hacia ello.
Hoy, y más significativamente en los últimos cuarenta años, por ajustes de la sociedad en occidente, la relación entre el hombre y la mujer ha experimentado acomodos en los ámbitos societarios, familiares, interpersonales, constituyéndose cada vez más en entes sinérgicos de la familia, por ejemplo.
Empero, no se trata de un ajuste de roles desde la palabra. No se trata de promesas, de juramentos, de normas de bien convivir, sino de actos, de actuaciones. Para ejemplificar, nos valemos de un microdiálogo muy común, demasiado común: La mujer dice, "- ¿No lavaste los platos?" El hombre responde, "- ¡Nunca me lo pediste!"
Hábito o respuesta casi regulada, casi normada. Roles de práctica consuetudinaria, ella y él. Ella pregunta, él responde. Bien, pero mal.
"'Ayudar en casa no es suficiente, hay que compartir la carga mental", afirma Alberto Soler. Es claro, está claro, no basta con ayudar en los quehaceres de la casa o en la crianza de los niños. Hombre y mujer se deben corresponsabilizar en esos afanes, qué digo, no son afanes, son deberes. Son responsabilidades de ambos. Los niños y los quehaceres del hogar no son patrimonio de nadie en particular. A ambos asiste igual responsabilidad, igual deber.
Ayudar, según el diccionario de la lengua española, es "hacer algo de manera desinteresada para otra persona por aliviarle el trabajo, para que consiga un determinado fin, para paliar o evitar una situación de aprieto o riesgo que le pueda afectar, etc."
Bien, nada mal. Pero hay que ir más allá, no se trata de ayudar, sino de hacerse cargo de la planeación, ejecución, de los mil y un detalles que requiere la marcha de una familia, de un hogar. ¿Qué? ¡Sí!, hay que pasar de la sola ejecución al esfuerzo mental intencionado para lograr resultados concretos. Hay que procesar información y tomar decisiones. Se trata ni más ni menos que de la carga mental, casi siempre previa a la carga física, anterior a la acción, a la ejecución.
Bien por el hombre que barre, que pasa la aspiradora, que hace las camas, que limpia, ordena, pone la mesa, compra las provisiones, lava la loza, y algo más.
Pero está claro que en estos tiempos y en los que vienen, todos los hombres hemos de hacernos cargo, de manera dialogada, y por consenso también, de parte de la carga mental con que los deberes domésticos han gravado tradicionalmente a la mujer. Capisci?