Sociedad abierta y en cambios
Hoy tenemos un país caracterizado por una grupos de interés, que parecen generar en los individuos una identidad que ya no construyen las instituciones tradicionales. Otro fenómeno determinante se vincula con la inmediatez y las RRSS. Hay cada vez menos espacio para la espera, porque se exigen respuestas rápidas. Gobernar será cada vez más complejo.
La conmemoración del 8 de marzo dejó algo bastante en claro y que ya se estaba advirtiendo desde hace años. El país se ha complejizado en términos sociales y ha avanzado hacia una atomización y heterogeneidad. Un fenómeno que es propio de la modernidad/modernización en la que está inserto Chile.
Las mujeres no son minoría en número, pero sí en términos de visibilidad, acceso al poder, ingresos y otros factores que atentan en su contra por su mera condición sexual y contra aquello se rebelan.
Pero son muchas otras minorías las que están en las mismas dinámicas: pueblos originarios, grupos sexuales, conjuntos de interés e incluso partidos.
Tal efecto es de difícil administración para quien, por ejemplo, tiene el poder de gobernar el Estado, pero también es un problema nuevo para la propia ciudadanía. De allí las complicaciones que tiene parte de la sociedad que aprecia como una especie de desborde anárquico estos fenómenos que ciertamente serán más cotidianos con el paso de los años.
No se trata de una pérdida de valores, sino que podría ser apreciado como otro ejemplo de la secularización, del derrumbe de las instituciones y de la necesidad de pertenencia que acompaña a los seres humanos.
Es probable que los que antes estaban en las Iglesias o reuniones de partidos, hoy, con las nuevas generaciones, estén en estos movimientos que vienen a llenar las nuevas categorías que las personas van erigiendo como simbólicamente más importantes.
Es decir, no se ha destruido la necesidad de colaborar con otros, a pesar del fuerte individualismo, pues la persona no se termina en el mero consumo como fin último. Hay una cuestión, incluso tribal, que solo confirma las profundidades del ser, tanto individual como colectivo.
En el fondo habrá que ver al país como una colección de personas y minorías con valores propios, emergentes, que cambiarán permanentemente y de los cuales habrá que hacerse cargo en las políticas públicas presentes y futuras. Ello exigirá algo más de rigor en el análisis y en la comprensión de lo que es hoy ser persona, chileno, por cierto, un habitante de un mundo cada vez más pequeño.