Mar y yodo
En muchas ocasiones me he preguntado, sentado ante mí mismo, por qué amo a mi ciudad, porque Antofagasta constituye la fuerza central de mis días la réplica ha sido simplísima:
-Porque es mi tierra.
Pero, mi tierra contiene tal cantidad de dones, que, difícilmente, podrían competir con ella otras de la inmensa geografía. Desde luego, Antofagasta existe entre dos océanos: el Pacifico y la Pampa -que es, como lo escribí, más de una vez, un Mar Vivo y Muerto. La Pampa es el Mar que trocó sus alas en piedras y en salitre.
Cuando, por las noches, siento la fragancia áspera del Mar que entra a la ciudad, entiendo que soy hijo de esas aguas y que su aroma vital me rejuvenece. El perfume del Mar es de vida. ¿Dónde gozarlo con más intensidad, que en mis arenas…?
¿Y dónde hundirse más alegremente en la embriaguez del olor duro y hondo del yodo, que en mi Pampa? Recuerdo que, hallándome, por primera vez, en la oficina "María Elena", al abrir las sábanas, por la noche, recibí el soplo de una verdad más: también, yo era hijo del Yodo.
Mar y Yodo.
Ahí, fija el equilibrio de mi ternura por Antofagasta. Y cuando, en Valparaíso, me preguntaron en televisión qué oras razones habría para este amor, no demoré en ofrecerlas:
-En Antofagasta, abro los brazos y mis brazos se pierden en inmensidades. Hacia donde los estire, encontraré mares, confines, distancias…
Antofagasta, lo estampé en un soneto:
"ANTOFAGASTA:
"Antofagasta principia en una huella / donde el sol fue la vívida simiente:/Antofagasta guarda entre su frente/ levadura de océanos y estrellas./Lar de sangre y sudores sin querella, / de la ambición del hombre es confidente:/todo aquí tiene pulso de torrente,/ ¡su historia, como un cántico, destella!/¡Oh, Ciudad del Reloj de los Ingleses. / del Ancla augusta y la Portada recia,/rotunda de metales y de peces! / Eres un nido lleno de futuro:/te ama el viento, la vastedad te aprecia,/ porque en ti, lo esencial está maduro"/La huella se prolonga en porvenir y en claror de futuro. Antofagasta va convirtiéndose en ciudad mayor.
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 14.02.1989