Lazareto
Fue en Venecia, en el siglo XIV, donde se instaló por primera vez un lazareto para tratar a personas con enfermedades contagiosas. Pero hay antecedentes más antiguos. Todo desplazamiento masivo de personas, sobre todo motivados por guerras y el comercio, diseminaron enfermedades contagiosas. Las Cruzadas son una de ellas. Al contagiado se le separaba, se la aislaba y se lo etiquetaba: apestoso, inmundo, etc.
A comienzos del siglo XX, el Norte Grande es asolado por diversas epidemias. La más conocida la bubónica que se transmitía de los ratones a las pulgas y éstas a los seres humanos. Fue una fiebre que atacó preferentemente, a los pobres, ya que estos carecían de medidas de higiene: dormían sobre la tierra, hacinados. Iquique, Pisagua, Taltal, Tocopilla sufrieron estas calamidades. Las escuelas públicas se cerraron para frenar el contagio. Se cuenta que un barco que venía del Perú desató la tragedia.
El Lazareto en Iquique estaba al lado norte del actual hospital. Probablemente se improvisó como tal para atender a los enfermos. Según la novela Tarapacá, publicada en esta ciudad el año 1903, había una carreta de color plomo que iba a buscar a los enfermos. Juanito Zola, el autor de la primera novela obrera que se edita en Chile, relata que los conventillos eran el lugar preferido. Y lo era porque allí vivían los pobres. Iquique fue por mucho una ciudad de conventillos. Uno se llamaba Las Camaradas. Se aprovechó la peste para confinar a los dirigentes obreros.
El cuento Un viaje a otro mundo, Denisse Astoreca narra como el hijo de un inglés, un niño, logra salvarse. Los niños pobres morían como si nada.
Hoy nos visita una nueva peste, transmitida por la globalización, a la que sin embargo, reaccionamos en forma local. Debemos responder en forma colectiva y solidaria. La ciudad y nuestros hogares se convertirán en modernos lazaretos. La última cuarentena que tuvimos fue el toque de queda el año 1973.
El sonido de la carreta ploma que recogía a los pobres contaminados el siglo pasado, nos golpea la memoria. El coronavirus es una peste blanca, pero peste al fin y al cabo.
Bernardo Guerrero