"Somos todos uno, como cantábamos cada lunes"
ANTOFAGASTINIDAD. Pamela Ramírez, el corazón de Corporación Proa.
Pamela Ramírez es trabajadora y creativa; parece incansable buscando proyectos para la Corporación Proa, la institución ciudadana que más ha hecho por la cultura y patrimonio en el Norte Grande.
Pamela nació el 20 de octubre de 1970 en Valparaíso, en el Hospital Carlos Van Buren, a eso de las 7 de la mañana, y desde allí tiene recorridos por Tarapacá y nuestra región.
Hoy se desvive por Proa, donde es directora ejecutiva. Se trata de una mujer con personalidad, ganas y pasión por lo que hace.
¿Qué recuerdas de tu infancia?
-Una vorágine de emociones, sensaciones y descubrimientos. Los más bellos recuerdos están vinculados a la naturaleza y la libertad, encaramarme en la higuera, cosechar ajos en el jardín, recorrer el bosque frente a mi casa en el cerro Mariposa, jugar en las vertientes, ir a recoger castañas, caminar bajo la lluvia y respirar el aroma a mar. El dolor más grande emigrar del puerto, dejar abuelos, tías, primos.
Luego vino el asombro, descubrir el norte, la aridez, la pista del aeropuerto frente a la puerta de mi casa en Cavancha, las tardes de pesca en familia, reencontrar el mar y dormirme con su sonido. Amo Valparaíso, pero mi alma es iquiqueña.
¿Qué diferencia a Tarapacá de nuestra región?
-Más que Tarapacá, Iquique, allí cursé mis estudios básicos y medios, arribé a un Iquique con calles de tierra, conventillos y pobreza, pero en donde todos éramos iguales, orgullosos de la vida que palpitaba en nuestros cuerpos, disfrutábamos la playa, los mangos, jugar en las calles, con esa solidaridad de los barrios en que nos heredábamos los zapatos escolares y la ropa entre los vecinos.
La segregación social no era tangible, había vecinos con el lujo de un piano de cola en casa y otros que apenas tenían sábanas de sacos harineros, y todos convivíamos en la cotidianidad, nos visitábamos en Navidad y celebrábamos Año Nuevo. Agradezco tanto esa enseñanza, crecer sabiéndonos iguales, compartiendo los veranos interminables, todos hijos de la misma tierra, conocer la riqueza y la pobreza y saber que ninguna de esas condiciones nos hace diferentes. Somos todos uno, como cantábamos cada lunes en la escuela "Si supimos vencer el olvido soportando un ocaso tenaz evitemos que en estos instantes el progreso nos pueda cegar".
Llegué a Antofagasta en 1992, me abismó la segregación, era algo que no podía entender, las diferencias sociales en base a lo económico fue un golpe muy fuerte para mí, catalogar al otro y limitar sus posibilidades por origen fue algo que descubrí aquí.
El todos para uno y uno para todos, debiese ser nuestra consigna.
¿Qué significa el desierto para ti?
-El silencio, la introspección, la calma, la oportunidad de descubrir que lo que es invisible a los ojos y evidente a la percepción.
¿Cuál es el lugar que más te gusta de la región?
-Son tantos los espacios para admirar la naturaleza: el mirador sobre las nubes rumbo a Caleta "El Cobre" por la Ruta B-70, la Vía Láctea sobre la Mano del Desierto en una noche de viento, los atardeceres desde mi ventana, justo bajo la línea férrea, la carretera serpenteante que lleva hacia Punta Angamos en Mejillones, la maravilla de la laguna de Miscanti nevada en San Pedro de Atacama.
¿Cuál es la obra que te gustaría desarrollar con Proa?
-Un plan cultural y educativo que fortalezca la identidad local, que nos ayude a conocer nuestro patrimonio, a sentir orgullo de quienes somos y como hemos logrado conquistar el desierto. Hacer evidente esta sensación para todos, creernos capaces, esforzarnos siempre un poco más y lograr despertar ese ímpetu y compromiso para construir juntos la Antofagasta que queremos. Ese sentido de comunidad, de ser parte de un todo, creo firmemente que esa es la esencia que necesitamos para desarrollarnos como región.