Cuento de Semana Santa
"T emprano en la mañana del Jueves Santo, la joven pareja y sus tres hijos echaron al furgón todos los implementos para viajar a la costa y volver el domingo a Santiago. Al mediodía estuvieron en su segunda vivienda del litoral y en la tarde se dirigieron a la playa.
Allí se divisaban familias conocidas. Se ubicaron donde siempre lo hacían. Esa tarde de abril ya había nubes que al atardecer adquirieron tonalidades de sombras y luces doradas. Uno de los pequeños, que siempre observaba sus formas (su padre le había enseñado a descubrir animales, cuerpos, rostros, en ellas), puso atención en una que iba tomando la forma de un rostro. De pronto el niño lanzó un grito gozoso: ¡Miren… ahí, en la nube! ¡El Rostro de Jesús, el Rostro de Cristo!, el grupo familiar miró las nubes que se enseñoreaban sobre el mar y ahí, sobre ellos, hacia al horizonte, se dibujaba y desdibujaba el Rostro de Jesús Coronado de Espinas, como una acuarela en sepia, un tanto desleída y luego volvía a dibujarse y tomar forma. Era el Rostro del Maestro, su cabeza inclinada sobre la bahía, a ratos en sombra, a ratos en luz.
La familia unió sus exclamaciones a las del pequeño, tratando que las familias cercanas compartieran lo que ellos veían. Las respuestas fueron miradas de extrañeza y burla pues no veían el Rostro del Hombre del Viernes.
Les costó entender, pero lo entendieron: el mensaje era sólo para ellos. Era el encuentro personal con Cristo, con su grupo familiar, suceso que provoca la Metanoia o conversión y hay un antes y un después del hecho. Jubilosos recogieron sus cosas, volvieron a casa y emprendieron su vuelta a la capital, envueltos en un inexplicable alegría interior. El Viernes Santo se incorporaron a su Parroquia y participaron en los ritos sagrados que habían pretendido olvidar. Esta vez, en ellos, descubrieron su sentido más profundo".
Esta Semana Santa 2020 ha sido única, sacerdotes celebrando en templos vacíos, desde el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro en Roma, hasta en una modesta Parroquia de barrio. Son los signos de los tiempos: ¿Quién los podrá traducir?… Sólo un niño podría hacerlo.
Waldo Valenzuela M.