(viene de la página anterior)
para la venta, aunque también prometió tener más cuando se reiniciara la temporada de albacora. Su plan, hasta antes del inicio de la cuarentena por el COVID-19, era recorrer las caletas del país comprando únicamente los tiburones desembarcados por los barcos albacoreros.
Según datos del Sernapesca, en todo el país 10 plantas transformadoras congelan, secan o enfrían los troncos y aletas de diferentes especies de tiburones, y 27 comercializadoras compran y venden en el mercado nacional sus distintas partes. Estas empresas y plantas han empezado a comercializar más sardinero. En el 2016, demandaron 737 kilos de este tiburón. Un año después, en el 2017, la cifra aumentó casi 20 veces llegando a los 14.261 kilos. En el 2018, bordeaba ya los 31.000 kilos y en el 2019, aunque bajó un poco, utilizaron 26.000 kilos. Es decir, en cuatro años la cantidad de tiburón sardinero comercializado aumentó 40 veces.
El incremento tanto de los desembarques como de la comercialización de esta especie resulta preocupante si se considera que el tiburón sardinero no solamente es considerado Vulnerable según la UICN, sino que en 2013 fue incluido en la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES). Dicha convención, busca controlar el comercio internacional de animales que están bajo algún grado de amenaza para así protegerlos de la extinción. La decisión de incluir al sardinero en CITES, fue tomada luego de que la ciencia comprobara que las poblaciones de esta especie en el mundo habían disminuido y que su sobrepesca puede ser particularmente grave ya que su capacidad reproductiva es baja, por lo que no es fácil para él recuperarse de la explotación.
El Instituto de Fomento Pesquero (IFOP), organismo científico encargado de generar información biológica para que la Subsecretaría de Pesca pueda establecer un correcto manejo de las pesquerías, asegura que no todo lo capturado llega a puerto o es registrado en las bitácoras de pesca. Básicamente es difícil regular o normar sin tener la información completa de todo lo que se está pescando. Por eso, según los expertos del IFOP, la presencia de observadores científicos a bordo de las embarcaciones es de vital importancia para disminuir la brecha de falta de información.
Sin embargo, en la práctica, muy pocos barcos son observados. Si bien el 100 % de las embarcaciones que utilizan palangre llevan un observador a bordo, lo que le ha permitido a los científicos del IFOP obtener valiosa información, dichos barcos solo son tres. El resto de la flota, unos 200 barcos que utilizan redes, solo es observada entre un 2 % y un 3 %. Por eso, Patricio Barría, investigador principal del IFOP, reconoce que la única información que se tiene sobre la flota redera es el desembarque. "Lo que ocurre en el mar no está incorporado", dice.
Uno de los problema de esto es que, según el mismo IFOP cita en sus informes, en la pesquería de pez espada existe un alto porcentaje de descarte, es decir, de fauna capturada que es devuelta al mar porque no se consumirá o comercializará. Esa fauna, muchas veces ya está muerta cuando es liberada o lo hará en un corto plazo al estar demasiado dañada tras la captura. Pero al no haber observadores a bordo, no es posible estimar cuánto es ese descarte, precisa Barría. Para saberlo, a lo menos se debería tener entre un cinco y un 10 % de la flota observada, agrega el experto.
Lograr eso, sin embargo, no es fácil ya que en Chile únicamente los dueños de los barcos industriales están obligados a aceptar a bordo a los observadores científicos. Los propietarios de las naves artesanales, en cambio, según dicta el reglamento de observadores, están en libertad de oponerse a que sus faenas de pesca sean observadas por un científico.
La razón por la que normalmente los pescadores artesanales no aceptan llevar a bordo a un observador, es que no hay suficiente espacio en la nave para embarcar a una persona más, explica Barría. Sin embargo, en su opinión, "a las embarcaciones que miden entre 15 y 18 metros uno podría tener acceso". De hecho, los dos barcos artesanales que usan palangre y que sí llevan en todos sus viajes a un observador, miden entre 17 y 18 metros cada uno.
Si se considera que, según los datos del Sernapesca, son justamente las embarcaciones artesanales rederas que tienen esas medidas, entre 17 y 18 metros, las que capturaron mayor cantidad de sardineros, con la observación de estas naves se podría acceder a información sobre la captura de estos tiburones que por ahora se mantiene oculta. "Nosotros deberíamos tener un mayor acceso a tener un espacio (en las embarcaciones artesanales rederas) para tener un monitoreo más sistemático", dice Barría.
Enzo Acuña es profesor de la Universidad Católica del Norte e investigador principal de un reciente estudio encargado por la Subsecretaría de Pesca sobre el ciclo reproductivo del tiburón sardinero. Respecto al impacto que está teniendo sobre esta especie la pesquería de pez espada, Acuña señala que "no podemos saber la magnitud del impacto porque no tenemos una evaluación y es a eso a lo que debemos apuntar". Un mayor monitoreo de la flota redera le permitiría a la ciencia contar con información para poder analizar el impacto que la pesquería de pez espada está teniendo sobre el tiburón sardinero. Sin embargo, ello no podría solucionar un segundo problema: la falta de fiscalización.
Según la ley chilena, las redes utilizadas en la pesquería de pez espada no pueden exceder las 1.350 brazas de largo (2.470 metros). Sin embargo, en la práctica, las redes suelen doblar esta medida.
Daniel Manzo, de la ciudad nortina de Iquique, ha sido toda su vida pescador artesanal. Su padre y su abuelo también lo fueron. Su embarcación se llama Doña Bella y todos los años se lanza al mar en búsqueda de albacora. Por eso es que asegura que las redes no cumplen con la norma. "Para nada, se lo puedo decir en la cara a cualquier persona", dice.
Otros tres pescadores entrevistados por Mongabay Latam dijeron lo mismo que Manzo, pero no solo ellos, sino que el mismo IFOP señala en su informe del 2017 que "la flota artesanal utilizó redes de enmalle con longitudes que variaron entre las 150 y 2.700 brazas de largo", es decir, el doble de lo permitido. Además, Patricio Barría, investigador del IFOP, lo corrobora: "de las embarcaciones en las que hemos estado a bordo se han reportado que en muchas de ellas se sobrepasa la norma. Eso es así", dice y a mayor cantidad de red, mayor es la cantidad de pez espada y tiburones que caen en ella, asegura. Esas malas prácticas, sin embargo, no las denuncian, asegura Barría. Si lo hicieran, los pescadores artesanales -que por ley tienen la posibilidad de no aceptar observadores a bordo- definitivamente no permitirían que científicos los acompañaran en sus viajes de pesca, señala el experto.
Cuando en 2006 entró en vigencia el reglamento de observadores a bordo, se precisó que la información recopilada no sería utilizada para fines de fiscalización y que, por lo mismo, no podría ser utilizada para denunciar las malas prácticas realizadas a bordo de una embarcación.
El consultor pesquero, Carlos Toro, precisa que lo que se privilegió fue tratar de tener información biológica fidedigna y para lograrlo se llegó a ese acuerdo que fue "un mecanismo de negociación que utilizó la Subsecretaría de Pesca. De lo contrario, ningún pescador iba a aguantar tener a un observador en su embarcación", dice.
En la práctica, la tarea de fiscalizar le corresponde al Sernapesca y, según señala en las respuestas enviadas a Mongabay Latam, las inspecciones a las artes de pesca se realizan de manera periódica. De hecho, en 2019, el servicio realizó 49 inspecciones a embarcaciones albacoreras y, actualmente, "existen cinco causas iniciadas en tribunales civiles por esta causa", asegura el organismo.
El problema, es que las mediciones de las redes se hacen en puerto y no en el agua cuando están operando y "Los viejos esconden las patas", dice Daniel Manzo para referirse a los paños de red. Pero además de ocultarle las redes al Sernapesca, otra estrategia utilizada para burlar las fiscalizaciones es que "el pescador, cuando sale al mar, lleva cinco redes en el barco argumentando que tiene temporadas largas de pesca y que las lleva de repuesto [por si acaso alguna se pierde en el agua durante la faena]", dice Acuña. Sin embargo, al momento de pescar, en lugar de lanzar una sola red al agua, como debe ser, "tiran las cinco todas juntas", explica el científico. Sin embargo, como las fiscalizaciones no son en el mar mientras los barcos están operando, es imposible que la autoridad detecte estas infracciones, agrega Acuña.
El Sernapesca está consciente de esto y señala que "las fiscalizaciones son programadas con anticipación, en la medida que la embarcación debe acercarse a un muelle u otra facilidad portuaria donde se pueda descargar la red y extenderla en una superficie que permita realizar las mediciones correspondientes. Este tipo de fiscalizaciones requieren una coordinación previa (lugar, hora, facilidades ad hoc), que podría poner "sobre aviso" a los fiscalizados".
"Lo que hay que hacer es medirla en terreno, en el agua misma", dice Manzo. "Ir a los calados y medir. Si alguien quiere efectivamente fiscalizar, nosotros lo llevamos a navegar así a ocultas", continúa el pescador que no entiende "por qué las autoridades no hacen nada".
Según Francisco Concha, director de Chondrolab, la Subsecretaría de Pesca está analizando formas de manipular los tiburones que caen en las artes de pesca de distintas pesquerías para poder liberarlos en buenas condiciones. "Están generando un manual de manipulación para que los pescadores sepan cómo sacar el anzuelo y cómo tomar a los animales para asegurarse de que sobrevivan cuando son devueltos al mar", dice.
Sin embargo, sin fiscalizaciones adecuadas que permitan controlar la utilización de redes no autorizadas y sin el monitoreo a bordo suficiente para que la ciencia pueda contar con datos in situ, las capturas incidentales de tiburones continúan poniendo en peligro al sardinero y a las demás especies que ya se encuentran con algún grado de amenaza de extinción.
Para Daniel Manzo, siempre ha sido más conveniente pescar pez espada, tomando en cuenta que por un kilo puede ganar alrededor de 3.500 pesos (4 dólares). Por un kilo de sardinero, en cambio, solo recibe unos 800 pesos (1 dólar), aunque luego en el mercado nacional ese mismo pedazo de carne de tiburón puede llegar a valer 4.000 pesos (5 dólares) bajo el nombre de albacorilla.
Por las aletas, Daniel Manzo puede recibir hasta 15.000 pesos por kilo (18 dólares), pero ese precio tampoco alcanza a compensar el espacio en la bodega que pierde cargando todo el animal, en lugar de ocuparlo con una albacora que le rendirá más dinero.
Aunque el interés principal de los pescadores siga estando en el pez espada, lo cierto es que el tiburón sardinero se ha abierto paso en el mercado. Así lo demuestran las cifras de las plantas procesadoras y comercializadoras de tiburón expuestas al inicio de este reportaje.
El consultor pesquero Carlos Toro, que durante cinco años fue jefe del Departamento de Pesca Artesanal de la Dirección Nacional del Sernapesca, señala que "cuando una pesquería tiene demanda de mercado debe ser regulada […] estar sujeta a estudios para que se establezca un correcto manejo pesquero de ella".
Lograr eso, sin embargo, para Carlos Bustamante, director del grupo de especialistas de tiburones de la UICN, es quizás pedir demasiado en un país donde ni siquiera la pesca dirigida a tiburones makos y azules está normada. Ello, debido a que según el mismo Sernapesca señala, el recurso tiburón "no está definido o reconocido oficialmente como una pesquería ".
El principal problema de esto, explica Bustamante, es que "no hay ninguna medida de administración". Nada que regule las tallas y cuotas de captura de los tiburones y, de hecho, según los científicos consultados por Mongabay Latam, más del 80 % de los tiburones extraídos ni siquiera han alcanzado su madurez sexual.
Para que este escenario cambie, precisa el experto de la UICN, "lo único que se necesita es voluntad porque los estudios (científicos) están". Por eso la UICN le ha pedido en distintas oportunidad a las autoridades chilenas que declare la captura de tiburones como una pesquería, asegura Bustamante. Sin embargo, por ahora, las sugerencias del organismo internacional han sido desatendidas y nada indica que eso vaya a cambiar.
Una norma mordaza
Redes ilegales
El Estado no regula
Tiburón atrapado en las redes que pescan pez espada en Chile.
En el 2016, demandaron 737 kilos de tiburón sardinero. Un año después, en el 2017, la cifra aumentó casi 20 veces llegando a los 14.261 kilos. En el 2018, bordeaba ya los 31.000 kilos y en el 2019, aunque bajó un poco, utilizaron 26.000 kilos.
Foto: Fondo de Investigacion Pesquera y de Acuicultura, proyecto FIPA 2006-31
Los propietarios de las naves artesanales, según dicta el reglamento de observadores, están en libertad de oponerse a que sus faenas de pesca sean observadas por un científico.