Olor a pájaro
Adelanto del libo: "La azotea". Por Fernanda Trías
Si llegaran en este momento me encontrarían sobre la cama boca arriba, en la misma posición en la que me dejé caer cerca de medianoche. Once y treinta y ocho exactamente, la hora en que miré el reloj por última vez y la hora en que todo terminó. Le di un beso a Flor, le dije que soñara con los angelitos y ella cerró los ojos como si fuera una noche más.
La vela se consumió hace rato y ahora la oscuridad se come las paredes. Es como si el mundo entero lo supiera y se quedara agazapado solo por mí. No sé qué hora es, pero el tiempo ha ido acabando con mi miedo y con casi cualquier otra sensación. Como sea, van a tener que tirar la puerta abajo, porque la cadena está puesta y la cómoda apoyada detrás. Papá y Flor están en el otro cuarto y de alguna manera se hacen compañía. Yo no; yo no tengo a nadie, pero estoy decidida a esperar despierta.
A lo lejos oigo una sirena: puede ser una ambulancia o un patrullero, no sabría distinguirlas. A medida que se acerca, el corazón me martillea en el pecho. El sonido se hace estridente y me aturde cuando pasa bajo la ventana. Una luz roja iluminó por un instante las paredes, como hombrecitos de fuego que bailaron en el aire. Ahora la sirena también se aleja y quedo otra vez en la oscuridad muda del cuarto. Estoy sola. Tengo que convencerme de que eso que está en el otro cuarto no es un hombre, no es papá. Tapados y juntos parecían dormidos.
Es increíble pensar que tuve una vida antes que esta, un trabajo, una casa, de los que sin embargo no recuerdo nada. Para mí la verdadera vida empezó con la muerte de Julia, estos cuatro años que terminaron hoy.
El olor a pájaro se había pegado al cuarto de papá. Algunos días abría la ventana para ventilarlo, pero el aire se había acostumbrado a quedarse en el mismo lugar, como un remolino en pena. Cuando se lo dije, él contestó que era mi culpa, por no haber abierto la ventana durante meses.
-Porque cuando la abría te ponías a pedir auxilio como un loco. Tres veces te salvé de que te llevaran al manicomio.
Eso fue al principio, la época en que me gritaba cada vez que entraba a llevarle la comida. Un día hasta simuló un ataque de asfixia. Tenía la cara hinchada de tanto toser y agitaba los brazos como una libélula gigante. Después fue perdiendo las ganas de gritar. O fue que aprendió a quererme un poco; o fue por Flor, aunque eso tardó en aceptarlo.
"La azotea"
Fernanda Trías
Laurel Editores
128 páginas
$12 mil
"El olor a pájaro se había pegado al cuarto de papá. Algunos días abría la ventana para ventilarlo, pero el aire se había acostumbrado a quedarse en el mismo lugar".