Dificultad para observarnos a nosotros mismos
"¿Qué sentido tiene para una generación progresar con respecto a un pasado ajeno? ¿Incluso a una misma persona recordar miserias pretéritas? ¿Y a quién le importa tanto pertenecer o no a la OECD? Es un cielo ajeno a quienes no se ganan la vida haciendo y comparando estadísticas. Valía la pena cuestionárselo, pero hacerlo requería un ánimo menos complaciente". Mario Valdivia, Consultor
Una miopía, una ceguera o un estrabismo se hicieron evidentes el 19 de octubre, cuando un "malestar" inesperado saltó a nuestro campo visual; junto con la incredulidad que ciertas imágenes de TV, con ocasión del Covid 19, produjo en las conciencias enteradas. Una falla fundamental muy generalizada de institutos, universidades, científicos sociales e intelectuales, que orientan la conciencia media que escribe, lee y habla en el llamado espacio público.
Nadie observa todo lo que hay para ver. Observar es un acto prejuiciado. Presupone un marco para enfocar la atención. La mirada busca algo preconcebido, casilleros para llenar con datos. Si no se duda de la solidez metodológica de nuestros científicos sociales - incluyo a los economistas -, no queda más que concluir que lo que dificulta su observación proviene de su marco de preconcepciones. Quizá el compartido más universalmente nace de la creencia generalizada de que el mundo social puede investigarse igual que las ciencias naturales lo hacen con el mundo natural. Positivismo: métale estadísticas, métale mediciones de lo que sea que parezca medible, compárelas con el pasado y con otras realidades, para deducir de ellas la satisfacción o insatisfacción de las personas, la manera como evalúan su existencia, sus motivaciones y emociones - lo que uno pensaría que constituye verdaderamente lo que consideramos social. De esta laya, se produjeron miles de estudios, incluidas caras investigaciones bajo el nombre prestigioso de las NU, que demostraron con objetividad científica que el progreso de Chile era indudable, si se comparaba con su pasado y con países similares, tanto que subimos a la OECD. Éramos un éxito histórico, todo estaba bien... Y sin embargo…
¿Qué sentido tiene para una generación progresar con respecto a un pasado ajeno? ¿Incluso a una misma persona recordar miserias pretéritas? ¿Y a quién le importa tanto pertenecer o no a la OECD? Es un cielo ajeno a quienes no se ganan la vida haciendo y comparando estadísticas. Valía la pena cuestionárselo, pero hacerlo requería un ánimo menos complaciente. ¿Ajeno?, se puede preguntar. No puede ser considerado ajeno lo que afecta a nuestros padres y al país. Pero, precisamente, con el neoliberalismo nos acostumbramos a pensar que todo lo que no es mío como ego, es ajeno. Ya se sabe, no existe la sociedad como comunidad, solo asociaciones contractuales de individuos preocupaos solo de sí mismos. ¿Qué sentido tiene Chile en la OECD y superar el pasado para una individualidad sin raíces ni pertenencia?
Imaginemos qué sabor tuvo el progreso de la existencia recubierto por las cifras. Después de años de inversión y deudas, se accede a las posibilidades fatalmente devaluadas - económicas y de distinción - que abren títulos educacionales masificados. Un futuro con poco futuro. Y no hay más caminos. ... y mientras tanto, las estadísticas de educación mejoran y adormecen. Se instala un sistema cuya única salida es llegar a ser un individuo aislado más en medio de una masa dispersa de otros como él y ella. No hay nada compartido o comunitario que oriente la vida, le dé un propósito mayor, algo que respetar, que permita individualizarse más allá de un número, o el tamaño del patrimonio. Una maquina social sin sentido, un único juego disponible: convertirnos en winners o losers. Una fábrica de perdedores… mientras las estadísticas mejoran y complacen. Se impone una extendida sensación de injusticia. ¿A quién le importa la justicia?, preguntan algunos, no es más que envidia de los perdedores. Bueno, quizá lo que se echa de menos es vivir en un espacio social en el que impere la justicia, uno de cuidado compartido y respetado por todos. Puede que la vida sea mejor así, que tenga más sentido, no si cada uno gana más que su vecino.
Quizás amamos a Chile y lo echamos de menos como espacio compartido y respetado para vivir y convertirnos en individualidades reconocidas, valiosas y apreciadas. Por eso el mar de espontáneas banderas chilenas el 19 de octubre, cuando el individuo-nadie masivamente producido buscó reconocerse a sí mismo. Y encontrarse para recuperar a Chile del garete sin destino histórico al que lo condenan las decisiones privadas de inversión de capital y el afán exclusivamente distributivo de la social democracia. Quizá entonces compararnos con "nuestro" pasado y pertenecer "nosotros" a la OECD nos haga sentido… mientras las estadísticas mejoran.