Las personas en el centro
La responsabilidad empresarial debe tener una traducción concreta en valor compartido y acompañar los territorios. Y de eso hay pocos ejemplos positivos. Montenegro renunció a la Asociación de Isapres acusando en una carta que los asociados al gremio han tenido una "falta de conexión con la realidad y empatía con lo que el país está viviendo".
Hace poco se conoció de la renuncia de Josefina Montenegro de la presidencia de la Asociación de Isapres, según trascendió, debido a la falta de compromiso que ella observaba de las aseguradoras para con sus afiliados.
Montenegro, abogada UC con maestría en derecho de la New York University, acusó en una carta que los asociados al gremio han tenido una "falta de conexión con la realidad y empatía con lo que el país está viviendo". Nada nuevo bajo el sol, para un sector que es apreciado apenas como un negocio, pero no como una ayuda a los beneficiarios cuando éstos se encuentran en problemas. Su discriminación a las mujeres, las alzas arbitrarias de los planes, son ejemplos.
Es evidente que endosar exclusivamente a las dispares de tener una mentalidad chica y de poca empatía con el otro, sería injusto con tales organizaciones, pues en realidad son muchas otras las compañías y sectores que tienen una mirada cortísima con los territorios.
¿Cuál es el aporte de bancos, AFPs, supermercados, clínicas y cuántos otros negocios instalados en nuestra región y el país, sin que aporten nada al espacio que los cobija, salvo el giro que las sustenta.
En muchos casos, no participan de la comunidad, no apoyan ninguna iniciativa local, son apenas buzones de su negocio, el cual muchas veces ni siquiera hacen del todo bien. Con desazón se observa que muchas de sus gerencias son esporádicas, están breves lapsos, por lo que nunca se involucran con nuestras ciudades.
¿Nos podemos sorprender de la violencia vivida en días pasados si no hemos construido comunidad y los líderes y empresas manifiestan indolencia frente a las demandas de tantos ciudadanos?
No se trata de sostener que todo está mal, en ningún caso, pero hay que practicar el valor compartido como un eje estructural de cualquier negocio y actividad, lo que significa poner a las personas en el centro y no solo las utilidades.
Ese cambio es el que acarreará una señal para el futuro en un país que ha perdido sus sueños, conversación y confianza en prácticamente todo. La responsabilidad empresarial debe cambiar y mucho.