Renacer como el Ave Fenix
La patria está en aquel lugar donde el destino nos hizo nacer, por muy mal que allí lo estemos pasando. Nuestro sino es penetrar su drama, vivir su historia. Es lo que le da sentido a la vida, lo que nos marca de manera definitiva. Y cuando la patria sufre, todos los que en ella vivimos nos vemos afectados de una u otra manera, en lo más profundo del alma colectiva.
Hay estados, quizás continentes, que intentan escaparse de ellos mismos, tratando de vestirse con ropa ajena y desconectándose de la tierra que los cobija. Muchas son, al parecer, las naciones que intentan "americanizarse", imitar en todo lo posible a ese país. Pero en Chile es más difícil que suceda, pues es demasiado profundo su destino y sobrecogedor el lugar geográfico del planeta donde está ubicado. Es el fin del mundo, pero también el comienzo de un paisaje misterioso, impresionante. Y no es huyendo de esta realidad la manera en que los chilenos logramos superarnos, sino penetrándola con valor y aceptándola.
Los tiempos que corren se ensañaron con nosotros. Sin embargo, el espíritu de Chile nos hará renacer, una vez más, como el Ave Fénix. Los temblores han destruido pueblos y ciudades enteras; una y otra vez lo hicieron, pero no bajamos los brazos y las volvimos a levantar. Ahora son olas invisibles creadas por este virus mortal, las que arrasan con nuestros habitantes. Y, no estamos derrotados. La fuerza de la tierra y el espíritu de los chilenos nos permitirán seguir caminando por los senderos del país, construyendo nuevas "empresas" en el paisaje físico y psíquico de la patria. Los grandes personajes de nuestro pasado y los muertos que con dolor estamos enterrando, surgen a través de la memoria y con su ejemplo nos ayudan a sacudirnos de la noche, de las sombras que aún amenazan la existencia, y que pronto serán abatidas por la luz de la esperanza.
Esa luz la he buscado en los lugares más recónditos del planeta, en la India milenaria y el Himalaya, también en los Alpes suizos. Han pasado muchos lustros desde aquella época, pero nunca pude llegar a ver el resplandor singular que emana desde la mítica montaña Kailás, en el Tibet. Mis parientes y amigos que dejaron esta tierra, ya no están allá; ellos saben que no los he olvidado.
Como tampoco se olvida el sacrificio de tantos compatriotas que se inmolaron por los demás, en esta época aciaga. La indómita sangre de nuestro pueblo, que nos nutre de fortaleza, transmite también el valor que necesitamos en estas horas difíciles. Veo a la gente a mi rededor apretar los dientes en señal de firme determinación. Reanimados por el amanecer de un nuevo día, cambiaremos una vez más la historia.