El fracaso del 'Presidencialismo monárquico'
Cuando el abogado y Premio Nacional de Humanidades, Agustín Squella se refirió al colapso de nuestro sistema de gobierno en democracia, llamándolo 'presidencialismo monárquico' (CNN, 05/11/2019), no sólo estaba hablando del excesivo protagonismo de la figura presidencial, sino más bien del fracaso de las instituciones como uno de los eternos males de América Latina a raíz de los procesos post-dictaduras y otras manifestaciones anti-políticas en la región. Esta discusión saltó nuevamente a la agenda pública esta semana a raíz de las diferencias entre el gobierno y el Congreso frente a las discusiones sobre la aprobación en la cámara baja del proyecto de retiro del 10% de las AFPs en plena crisis pandémica del Covid-19.
En este contexto de tensiones entre los dos poderes, un medio nacional (La Tercera Re: Constitución, 03/07/2020) ya había consultado sobre este 'hiper-presidencialismo' a las académicas y especialistas Gloria de la Fuente (Chile 21), Julieta Suárez-Cao (PUC), Constanza Hube (abogada constitucionalista) y Magdalena Ortega (Formación y Servicio Público de Idea País). De acuerdo a la cientista política de la Fuente, las problemáticas del gobierno y la gobernanza del país constituyen un caldo de cultivo para las crisis institucionales que tarde o temprano culminan en profundos quiebres como un 'coup d' état' (golpe de Estado) o una destitución presidencial ('golpe blando'). Por su parte, Suárez-Cao recomienda desconcentrar el poder del ejecutivo más que pensar en un nuevo sistema de gobierno, pues finalmente las características de nuestro sistema institucional avalan el ejercicio del poder a la manera que el sociólogo alemán Max Weber (1920) denominó 'Herrschaft' (autoridad). Con escepticismo, la abogada constitucionalista Constanza Hube sí ofrece la opción de pensar en un sistema parlamentario, pues "reduce el riesgo de quiebres institucionales y permite salir más fácil de las crisis políticas", aunque le parece casi imposible que en la práctica se pueda instalar ese sistema en el país, "porque la figura del Presidente de la República como jefe de Estado y Gobierno está profundamente enraizada en nuestra cultura política". En la misma tónica de reflexión que Hube, Ortega precisa que las discrepancias entre el Congreso y el Presidente no se solucionarán con un cambio de modelo de gobierno.
Desde la Teoría Política, podríamos cuestionarnos también que nuestro sistema de democracia representativa basado en un sistema electoral proporcional combina elecciones conjuntas de Presidente/a de la República y Parlamento, el cual era lógico en un sistema electoral con efectos mayoritarios como el binominal, pero la reforma en este sentido ha permitido un multipartidismo que llama a disensos y fragmentación, por lo cual se le hace cada vez más difícil al Ejecutivo cumplir con su programa de gobierno sin apoyo mayoritario en el Parlamento. En este mismo sentido, Constanza Hube recomienda también la modernización del Congreso, estableciendo comisiones investigadoras permanentes en vez de comisiones investigadoras eventuales, pero además "fortalecer la evaluación de las leyes, determinar urgencias legislativas acotadas, tener una secretaría/oficina que analice el impacto regulatorio y la admisibilidad de los proyectos, entre otras propuestas que se han estado haciendo por años, pero que no se les ha dado prioridad".
En cuanto a un sistema de gobierno apropiado, podríamos pensar en un régimen (república) parlamentarista en que la elección del ejecutivo emana del Congreso como en España, o al menos semi-presidencial en que existe un presidente, un primer ministro y un gabinete y los dos últimos son los responsables de legislar un estado como en el caso de Francia. En cualquier forma de gobierno con mejor distribución de poder, porque la concentración de éste es peligrosa, permitiría remover un/a mal/a presidente/a, reelegir a un buen/a mandatario/a, y compartir responsabilidades políticas, por ejemplo, con un/a primer/a ministro/a.
En tiempos normales y en especial del Covid-19, las tensiones políticas entre los poderes del Estado sin duda constituyen una mala democracia. Sin embargo, no es necesario echarle toda la culpa al 'CEO', un buen equipo y sentido común aporta muchísimo (Telesemana.com). Hay poca literatura sobre malos equipos de trabajo, o la necesidad del robustecimiento de la 'musculatura institucional' a través de la instalación de capacidades políticas y técnicas indispensables en todo buen gobierno.